Me matan si no trabajo... y si trabajo me matan
Me matan si no trabajo
y si trabajo me matan
siempre me matan me matan
¡ay! siempre me matan
Nicolás Guillén
Templos antiguos, catedrales, pirámides, obras de arte. Todos quedamos sorprendidos con el tiempo de trabajo que imaginamos que insumió su construcción. El marxismo clásico apela a la producción de excedentes como condición necesaria para el origen del estado y sus grandes obras. Sin embargo, como proponen Graeber y Wengrow en El amanecer de todo, no todas las obras monumentales de la (pre) historia están asociadas a aparatos estatales poderosos. Casos como Stonehenge o Göbleki Tepe aparecen como construcciones monumentales sin que existan rastros de un poder centralizado en la sociedad que los levantó. Los guías turísticos egipcios insisten con que las obras faraónicas no fueron hechas utilizando mano de obra esclava; afirman que los campesinos ofrecían, a cambio de un salario, su mano de obra al estado en el período entre la siembra y la cosecha. Es cierto que estas afirmaciones pueden estar sesgadas por un principio nacionalista de exaltación de su pasado, pero no parece disparatado. Algo similar ocurría con los campesinos en el imperio Inca.
Son una muestra de que la organización del trabajo ya existía desde hace varios milenios y de que las tareas necesarias para la supervivencia dejaban mucho tiempo libre para dedicarse a obras colectivas no imprescindibles para el sustento diario. Los estudios antropológicos que se han hecho sobre sociedades cazadoras-recolectoras muestran que las horas del día alcanzan y sobran para holgazanear, conversar, contar historias, bailar, elaborar objetos suntuarios y adornarse. Y eso, teniendo en cuenta que la mayoría de estos grupos, cuando fueron visitados por antropólogos, ya estaban bajo la presión del sistema extractivo occidental que comprimía sus territorios y reducía su “rentabilidad”.
Estamos acostumbrados a que nos convenzan de que es necesario trabajar mucho para poder mantenerse, a que no hay recursos para mejorar las prestaciones sociales o cualquier otro servicio de interés social. El supuesto es que los bienes necesarios para nuestro mantenimiento son escasos y es necesario trabajar mucho para poder conseguirlos. Desde la perspectiva individual es estrictamente cierto. Cualquier persona que no cuente con un respaldo heredado va a necesitar vender su fuerza de trabajo durante buena parte del día para sus gastos.
Pero cuando uno observa globalmente, ve que la producción de alimentos es suficiente y que el desperdicio es enorme. Ve también que mucha gente trabaja remuneradamente pero que su tarea no tiene una gran importancia desde el punto de vista de los bienes que procesa o produce. Otro grupo grande de personas, no tiene empleo remunerado, vive de rentas, prestaciones sociales o del apoyo familiar y/o dedica buena parte de su tiempo a realizar tareas no remuneradas que no se contabilizan en el PBI.
Existen también los llamados trabajos basura y trabajos de mierda. El patrón ético dominante premia al que trabaja remuneradamente y no se preocupa demasiado de la utilidad del trabajo en sí. Es claro que hay trabajos que tienen más prestigio que otros y que la escala de remuneraciones tiene una gran amplitud. Pero ni una cosa ni la otra tienen necesariamente que ver con la verdadera “utilidad” social de lo producido por ese trabajador. David Graeber, en otro libro titulado Trabajos de mierda, una teoría, reflexiona sobre la proliferación de trabajos de nula utilidad y de qué manera eso atenta contra la dignidad del trabajador al ser consciente de estar en un lugar simplemente por la necesidad de cobrar su remuneración. Este autor no se refiere a tareas no imprescindibles para la supervivencia pero útiles para la felicidad humana (deportes, actividades artísticas, etc., etc.), sino a tareas remuneradas que de suprimirse en nada afectarían al bien común. Esto puede ocurrir por necesidades de imagen de las empresas o simplemente por la creación de “negocios” que lo único que hacen es extraer alguna tajada en intercambios sin aportar nada al valor del producto. Es el caso, por ejemplo, de empresas que intermedian en trámites o negocios por una regulación estatal pero que, en realidad, no aportan nada al trabajo productivo ni a su distribución o fraccionamiento; simplemente pellizcan una parte del costo porque una ley obliga a su participación. En Uruguay, la ley que permite a las empresas pagar una parte del salario sin realizar aportes a la seguridad social obliga a que ese pago se haga mediante tiques que son emitidos por una empresa cuya única función es cobrar cien pesos y devolver noventa mediante un bono. Hay profesionales, abogados, por ejemplo, que deben intervenir obligatoriamente en algunas transacciones sin realizar ningún aporte, simplemente firmar que están presentes.
Las corporaciones patronales afirman todo el tiempo que para reducir la jornada laboral, primero se debe mejorar la productividad. Es obvio que con el desarrollo tecnológico, la productividad ha mejorado sustancialmente en los últimos cien años; sin embargo, la jornada de trabajo sigue estancada en ocho horas. El problema es que si uno mira el asunto desde la perspectiva de una sola empresa, quizás sea cierto que no es posible reducir la jornada por un tema de competitividad, pero el conjunto de la economía podría funcionar con menos horas de trabajo. Eso sí, está muy mal repartido, muchos trabajan mucho y muchos trabajan muy poco o nada. Lo mismo ocurre con las retribuciones y las ganancias, tanto a nivel local como global.
Yo sé que este razonamiento puede entenderse mal, no estoy diciendo que haya gente útil y otra inútil. estoy tratando de mirar la economía, no como una fragmentación de personas que buscan su sustento sino como un todo social que extrae de su entorno lo que necesita y reparte las tareas y los bienes entre sus integrantes.
Es tradicional la visión -a veces presentada idílicamente- sobre los grupos tribales que pasan la mayor parte del tiempo holgazaneando y que con muy pocas horas de trabajo consiguen lo que necesitan para vivir. Pepe Mujica hizo bandera con los bosquimanos para fundamentar su anticonsumismo. Por supuesto que su argumentación fue despreciada como apología de la vagancia y de la pobreza disfrazada de austeridad. La ética que se consolidó con el capitalismo santificó el trabajo como la actividad que da sentido a la vida. “Ganarás el pan con el sudor de tu frente” cobró un nuevo sentido y la cultura del emprendedurismo fue el combustible moral de la nueva dinámica económica.
Jason Hickel en su libro Menos es más habla de la creación artificial de escasez: “Esto también se manifiesta en el ámbito del consumo. La desigualdad potencia la sensación de que lo que tenemos no es suficiente. Hace que la gente piense que tiene que trabajar más para obtener más ingresos con los que comprar cosas que no necesita, simplemente para poder tener un poco de dignidad. En este sentido, la desigualdad genera una escasez artificial de bienestar. De hecho, muy a menudo este efecto es utilizado deliberadamente como estrategia por los economistas y los políticos. El primer ministro británico Boris Johnson dijo en una ocasión que «la desigualdad es fundamental para el espíritu de la envidia» que mantiene en funcionamiento el capitalismo.” (Hickel, 2021:172)
Los desarrollos tecnológicos, particularmente los de las últimas décadas, maravillan por su capacidad de sustituir el trabajo bruto o mecánico, sin embargo, en lugar de permitir que las personas trabajen menos y vivan mejor dedicándose a la cultura, al deporte, al arte, a la simple comunicación y convivencia; convierten en privilegiados a quienes logran mantenerse en el mercado de trabajo con buenas remuneraciones y condenan a muchos otros al trabajo precarizado o a vivir de las prestaciones sociales.
Hasta dueños del mundo como Elon Musk reconocen que habrá que imponer una renta básica universal para adaptarse a las nuevas condiciones. Ni se le pasa por la cabeza la idea de repartir mejor las tareas y sus beneficios. ¿Podrá el sistema capitalista solucionar esta paradoja o estaremos asistiendo a una nueva realidad de gente descartable y enfermedades mentales por doquier?
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