Estadounidenses, chinos y robots

 Sobre AMERICAN FACTORY (documental de Netflix)  

El “presidente Cao” es un millonario chino que reabre una planta industrial en Estados Unidos para fabricar vidrios para la industria automotriz. Si bien es un documental, funciona como una alegoría de un sistema en constante transformación para perseguir su único objetivo: incrementar el capital. Cao funciona como la encarnación del capitalismo: la fábrica debe ser rentable, sus trabajadores leales, disciplinados y eficientes; los sindicatos, cuanto más lejos, mejor. 

La planta tiene una historia de cierre y abandono unos años atrás, por lo que su reapertura llena de ilusión a algunos de sus antiguos trabajadores que esperan volver a sus épocas de trabajadores bien remunerados. Los proletarios de los países ricos no están acostumbrados a los padecimientos de sus hermanos de clase de los países pobres. Esos rubios, obesos, comedores de hamburguesas y papas fritas deben compartir con los chinos importados la gestión de esta nueva industria. La comunicación no es fácil y no es solo un problema lingüístico. Los códigos de lo que cada uno es capaz de soportar son diferentes. Unos son cuidadosos, silenciosos, disciplinados; los otros, conversadores, distraídos, reclamadores… 

Cuando los supervisores estadounidenses viajan a China a “formarse” quedan asombrados por el abismo que los separa de sus colegas asiáticos. Nadie dice nada, sus rostros hablan en silencio ante la formación ceremonial antes de jornada laboral, ante los espectáculos que celebran la pertenencia a la empresa, ante la vida familiar distante. En EEUU está prohibido el sindicato, en China, es obligatorio. Lo mismo, con otro nombre.  

Qué tiene de malo que una empresa sea rentable y que sus trabajadores se comprometan con ello, podría uno preguntarse legítimamente. El asunto es que esos trabajadores no forman parte del paquete beneficiario. Son simples proveedores de fuerza de trabajo, intercambiables y descartables. Hasta tal punto es así, que el documental termina mostrando el proceso de robotización, que inevitablemente deja a chinos y estadounidenses liberados de su compromiso con la empresa y sometidos, otra vez, a encontrar en el mercado quien esté dispuesto a pagar -por poco que sea- por el alquiler de su tiempo y su fuerza de trabajo.

El documental no es panfletario, abarca panorámicamente a los protagonistas y uno puede simpatizar alternativamente con unos o con otros: con los chinos por su sacrificio y su compromiso con su trabajo ¿una vacuna contra la alienación?; con los estadounidenses por su intransigencia con el abuso laboral. 

 El mundo del capital, encarnado en el presidente Cao, tiene su propia dinámica y su propia lógica, inevitable, indiscutible… Los trabajadores, sean de donde sean, no tienen más que resignarse a competir entre ellos para encontrar un lugar en el engranaje: venderse por un salario, intentar convertirse en su propio patrón, engancharse en una plataforma, resignarse a esperar o renunciar al mundo del trabajo y depender de los recursos que lleguen de algún otro sitio.

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