Crecimiento suicida

Reseña del libro de Jason Hickel, “Menos es más”.

(Texto en elaboración) 

Las sociedades humanas se han sucedido a lo largo de la historia y a lo ancho del planeta sin una planificación. La variedad de formas de organización ha respondido a las circunstancias que a cada grupo le tocó vivir, a su entorno y a las características de las personas que los integraron. Qué tanto incide la voluntad individual y colectiva es difícil de determinar. Lo cierto es que las sociedades modernas, urbanizadas, complejas, globalizadas, insertadas en una economía capitalista, parecen regidas por una fuerza mecánica, ajena a los vaivenes voluntaristas. Hay sí, ciertos márgenes de acción en cuanto a las reglas de juego: más o menos libertad de opinión y acción; mejor o peor reparto de la riqueza; servicios públicos más o menos desarrollados; regulación laboral diversa; etc. Los sistemas democráticos tienen incidencia dentro de ciertos márgenes de acción. Llegado cierto límite, nos enfrentamos a las reglas económicas que vienen impuestas desde las alturas. Los cuestionamientos al capitalismo desde una óptica marxista clásica u otras posturas filosóficas anticapitalistas son tildadas de extemporáneas, sesentistas, ya demostradas como fracasadas. La liebre saltó por donde no se la esperaba, las advertencias sobre los problemas ambientales, menospreciadas por los revolucionarios clásicos, surgen ahora como las principales reveladoras de las contradicciones propias del sistema y de su colapso anunciado. 

La razón es simple, el primer mandamiento del capitalismo es el crecimiento continuo, el capital debe generar más capital y los valores de cambio se imponen sobre los valores de uso. La vara de medida preferida, el PBI, mide algunos aspectos de la vida económica, pero no distingue si los números que engrosan este valor tienen alguna función de utilidad en la vida de las personas o si producen daño y actúan como factores negativos para la sustentabilidad de la vida sobre este planeta. 

Los ecologistas de izquierda advierten que de seguir esa senda, vamos hacia el colapso ambiental. Los defensores del sistema postulan el “crecimiento sostenible” y apelan a los cambios tecnológicos y ajustes en los patrones de producción y consumo como suficientes para enderezar el rumbo y evitar caer por el acantilado. El libro de Jason Hickel “Menos es más” dedica sus páginas a demostrar que el crecimiento y la economía que busca acrecentar el capital en lugar de centrarse en el valor de uso es incompatible con una salida saludable a los problemas ambientales: el calentamiento global, la contaminación de fuentes de agua, el agotamiento de recursos naturales, la extinción masiva de especies. 

Muchos otros autores, John Bellamy Foster, Ian Angus, Kohei Saito y otros van en la misma línea. El recientemente publicado “Austeridad o barbarie” del uruguayo-chileno Mauricio Lima tiene un enfoque similar. 

El libro de Hickel comienza con una síntesis histórica sobre el origen del sistema capitalista. La colonización y el cercamiento son señalados como los principales procesos que permitieron el éxito de un sistema que se volvió global. La colonización permitió la llamada por Marx “acumulación originaria”, tan bien analizada por Rosa Luxemburgo en La acumulación del capital y su continuidad como “acumulación por desposesión”, según David Harvey. Este proceso permitió extraer riquezas de aquellos territorios extraeuropeos que se iban convirtiendo en colonias. Esta extracción incluía bienes agropecuarios, minerales y mano de obra humana, utilizando a los habitantes locales o importándolos salvajemente como ocurrió con la población africana esclavizada y trasladada a América. 

El llamado “cercamiento” se refiere al proceso mediante el que se cercaron los campos, privando a sus habitantes de su fuente de sustento. De esta manera se convertía a los campos en terrenos de explotación para las materias primas que la nueva industria requería (particularmente lana en el caso de Gran Bretaña). Al mismo tiempo, los campesinos desplazados no tenían más remedio que trasladarse a los centros urbanos y convertirse en proletarios (ver Polanyi, La gran transformación).

Según Hickel, la tierra se volvió propiedad; los seres vivos, objetos y los ecosistemas, recursos. La naturaleza fue “desanimada”, despojada de su alma. El autor apunta contra la filosofía dualista de Descartes y Bacon por brindar, junto al cristianismo, sustento ideológico a estas acciones. Aumenta la riqueza privada y disminuye la pública, nace el homo economicus y la escasez artificial. La pobreza se vuelve necesaria para incentivar la laboriosidad. 

La naturaleza convertida en recurso; las personas, en vendedoras de fuerza de trabajo, son parte de la llamada por Marx “ruptura metabólica”. El ser humano se coloca por fuera de los procesos naturales y debe vender y comprar para sobrevivir. El crecimiento del capital se vuelve imperativo y la extracción desenfrenada, síntoma de progreso. Es cierto que este proceso, permitió en el último siglo, un gigantesco desarrollo tecnológico y una mejora de la calidad de vida mediante el acceso de bienes de consumo a millones de personas. La explosión demográfica de las últimas décadas es su expresión más visible. No hace falta decir que el aumento de calidad de vida ha sido y es, muy desparejo en su distribución al interior de cada país y a lo ancho del mundo, que siguió siendo ancho y ajeno para muchos. Mauricio Lima explica esta “gran aceleración” por el descubrimiento y explotación del tesoro de la abuela debajo del colchón, refiriéndose, por supuesto, al petróleo que cambia nuestra percepción de la energía, no como flujo, sino como stock. (https://ladiaria.com.uy/ciencia/articulo/2023/6/mauricio-lima-lo-que-explica-el-mundo-que-vivimos-no-es-ni-nuestra-creatividad-ni-la-fuerza-del-trabajo-ni-el-capital-es-el-petroleo/)

Los procesos de colonización y cercamiento continúan, una vez que el sistema alcanzó a todos los rincones del planeta mediante “Una expansión que, ante la escasez de nuevos territorios y de otros planetas vivos para explotar, ha comenzado a utilizar los cuerpos de criaturas que habitaron el planeta hace millones de años. Nos hemos estado alimentando de fantasmas, cadáveres que contienen la luz solar arribada a la Tierra hace mucho tiempo, y que, desde ese pasado, nos propulsan para permitir que consumamos el futuro.” Lima, (2024: 36) 

La división internacional del trabajo es clara: la extracción de materias primas y la producción industrial masiva está concentrada en los países más pobres y el consumo en los países ricos. El mayor consumo produce la mayor contaminación, pero las consecuencias son más graves para quienes tienen las infraestructuras más débiles. Colonialismo 2.0 lo llama Hickel, EE UU duplica las emisiones per cápita de China y multiplica por ocho las de India. 

La llamada “paradoja de Jevons” confirma la trampa del llamado “crecimiento sostenible” y el error de la confianza en el cambio tecnológico para superar los problemas generados por el consumo de combustibles fósiles. La “paradoja” hace referencia a que la sustitución tecnológica, por ejemplo la movilidad eléctrica en lugar de motores movidos por petróleo, no reduce el consumo general de energía. Por el contrario, las nuevas energías se suman a las anteriores y al aumentar eficiencia, el consumo general aumenta. Si a eso se suma que las supuestas nuevas “tecnologías limpias” no lo son tanto: el litio para las baterías genera graves problemas ambientales en su proceso extractivo; el hidrógeno “verde” consume excesiva agua; la cultura de obsolescencia programada con su caudal de desechos difícilmente aprovechables sigue tan campante y la lista podría continuar. En el caso de Uruguay, por ejemplo, la población aumentó aproximadamente un 11% entre la década del 90 y la actualidad, mientras las importaciones de petróleo y derivados aumentaron un 18%  (https://www.gub.uy/ministerio-industria-energia-mineria/datos-y-estadisticas/datos/series-estadisticas-petroleo-derivados); a pesar del impresionante crecimiento de la generación eólica y fotovoltaica que pasaron de un 0% a más de un 30% de la generación total (Alonso, Geymonat y Oyhantçabal, 2023:339).

En palabras de Hickel, este efecto aparentemente paradójico “...no se aplica solo a la energía, sino también a los recursos materiales. Cuando inventamos formas más eficientes de utilizar la energía y los recursos, el consumo total puede descender durante un breve periodo de tiempo, pero enseguida vuelve a aumentar, a un ritmo todavía mayor. ¿Por qué? Porque las empresas reinvierten ese ahorro en aumentar la producción. Al final, el simple efecto de escala del crecimiento deja pequeñas hasta las mejoras más espectaculares de la eficiencia.” (Hickel, 2023:160)

El problema, según el autor, no es la tecnología y sus avances sino el imperativo del crecimiento que la coloca a su servicio. 

Resulta comprensible que una crítica de este tipo sea resistida como una apología del retraso; todos los discursos políticos, de izquierda y de derecha, apelan al crecimiento necesario como condición para mejorar las condiciones de vida de la población. Está claro que no significa lo mismo crecer o dejar de hacerlo para un ciudadano estadounidense, europeo, chino, haitiano, sudanés, peruano, vietnamita o uruguayo. Nadie puede negar que el nivel de desarrollo no alcanza a todos de la misma manera, tanto en diferentes regiones como al interior de un país. 

No hay que confundir desarrollo humano con crecimiento económico. Este último produce un efecto de saturación, un punto a partir del cual, el aumento del PBI no tiene una correspondencia con una mejora de la calidad de vida.  

Dice Hickel: “podríamos alcanzar todos nuestros objetivos sociales, para toda la población mundial, con un PIB inferior al que tenemos en la actualidad, simplemente organizando la producción en torno al bienestar humano, invirtiendo en bienes públicos y repartiendo los ingresos y las oportunidades de una forma más justa. (...) Una vez que se sobrepasa cierto umbral, un mayor crecimiento empieza a tener un impacto negativo.

Tal como lo expresó el ecólogo Herman Daly, a partir de determinado punto el crecimiento empieza a volverse «antieconómico»: comienza a generar más daños que riqueza. Esto puede observarse en múltiples ámbitos: la búsqueda constante del crecimiento en los países de ingreso alto está agravando la desigualdad y la inestabilidad política, así como contribuyendo a la aparición de males como el estrés y la depresión causados por el exceso de trabajo y la falta de sueño, problemas de salud provocados por la contaminación, diabetes y cardiopatías, etc.” (Hickel, 2023: p. 134)

Uno podría preguntarse cuál es la propuesta. El autor realiza algunas que paso a enumerar: 1) El fin de la obsolescencia programada que tiene como consecuencia un consumo de energía y de mano de obra innecesaria y una gran cantidad de desechos contaminantes. 2) Limitar la publicidad a la que llama “fracking mental” por sus efectos en estimular el consumo innecesario y el consecuente desperdicio. 3) Pasar del paradigma de la propiedad al del usufructo promoviendo el uso compartido de herramientas, útiles y vehículos. 4) Controlar el desperdicio de alimentos que alcanza porcentajes altísimos; en los países ricos por las exigencias de aspecto y criterios de marketing, entre otras cosas y en los países pobres por las malas infraestructuras de transporte. 5) Controlar y limitar las industrias ecológicamente destructivas. Algunos ejemplos podrían ser los plásticos de un solo uso, los combustibles fósiles, las armas, los aviones privados. También menciona la carne vacuna, lo que bastaría para colocar a este autor en la categoría de enemigo público número uno en un país como Uruguay. 6) Racionalizar la distribución del empleo, reduciendo la jornada laboral y mejorando el reparto. 7) Reducir la desigualdad económica y evaluar el daño que esta produce a la sociedad en su conjunto: a los de abajo, por razones obvias y a los del medio y los de arriba por la inseguridad que genera y la incomodidad de vivir entre brechas sociales. Propone combatir la desigualdad de renta limitando la diferencia de ingresos entre los salarios mínimos y máximos y la desigualdad de patrimonio gravando y limitando la herencia. 

Cuando uno lee estas medidas piensa que son unas hermosas intenciones. Cómo se puede lograr un cambio social para imponerlas ya es otra historia. La fuerza de supervivencia del sistema capitalista parece invencible. Los viejos modelos de lucha de la clase trabajadora para tomar en sus manos el poder y cambiar la sociedad parecen perimidos. Quién se hará cargo y si efectivamente será posible que eso ocurra es una pregunta que, por lo menos para mí, queda sin respuesta. 


Alonso, R; Geymonat, J. y Oyhantçabal, G. (comps.) (2023) Uruguay for Export. Capital extranjero y declive del empresariado nacional. Montevideo: Ediciones del Berretín.


Comentarios

Entradas populares de este blog

EL ANTROPOCENO DESDE EL SUR

¿Ejército de reserva o gente descartable?

¿Idiotas útiles?