P.B.I. (Producimos Basura Infinita)
En su editorial del 31 de marzo (https://ladiaria.com.uy/articulo/2025/3/ideas-use-y-tire-para-la-limpieza-montevideana/), Marcelo Pereira problematiza el asunto de la gestión de los residuos urbanos. En él hace referencia a artículos publicados por Jorge Solari (https://ladiaria.com.uy/columnista/jorge-solari/) sobre el tema que me parecieron muy valiosos e ilustrativos.
Se trata de un problema sistémico que no se reduce a la simple queja por un contenedor desbordado o por la caca de perro en la vereda. Muchos ciudadanos quedarían conformes si esos dos problemas se solucionaran, sin preocuparse por lo que ocurre con los residuos cuando desaparecen de su vista.
El centro de la cuestión está en el aumento exponencial en la cantidad de residuos urbanos, producto de los cambios en los hábitos de consumo y en la invasión de plásticos, textiles de bajo costo, rápida renovación de electrodomésticos y aparatos electrónicos, entre otros factores. Los artículos de Solari y el artículo La estafa del reciclaje de Le Monde (https://ladiaria.com.uy/le-monde-diplomatique/articulo/2024/12/la-estafa-del-reciclaje/), todos publicados en La Diaria, lo explican con claridad.
Las normas que cargan sobre las empresas fabricantes tienen poco efecto por las dificultades de control, una vez que se pasa por la cadena de distribución y consumo. Habría que preguntarse si algunos productos “baratos” seguirían siéndolo si se computara el costo por desecharlos y el daño que producen cuando dejan de ser útiles.
En la discusión sobre el reciclaje existe la tensión o falsa dicotomía entre la responsabilidad estatal y la de los ciudadanos. Hace unas décadas era común fumar en lugares cerrados, tirar las servilletas y las colillas al piso en los bares, los boletos en el ómnibus; a nadie se le ocurría recoger la caca del perro en la vereda. De poco servía la actitud de algunos rebeldes que no lo hacían o que protestaban. Sin embargo, algunos cambios se produjeron, no tanto en el último ejemplo. En el caso del cigarrillo, una decidida y enérgica acción estatal y un consenso social lograron el éxito. Con la clasificación de residuos podría ocurrir algo parecido. Mientras los servicios estatales no demuestren la voluntad de liderar un sistema que funcione en todas sus etapas, difícilmente se logre que los ciudadanos apliquen disciplinadamente la clasificación en origen.
Doy por supuesto que, en nuestro país, las cosas podrían mejorar con políticas audaces y el aporte de la academia y organizaciones sociales. Eso, teniendo en cuenta que somos un país con poca población. De lo contrario, qué dejamos para aquellos que en territorios como el nuestro multiplican por diez o veinte nuestra carga demográfica.
Sin embargo, como dijimos al comienzo, el problema es sistémico. Cualquier medida que se intente tomar para reducir la producción y el consumo de plásticos, envases o productos químicos, atentaría contra el paradigma del crecimiento necesario para la supervivencia del sistema. Por ejemplo, si el gobierno hiciera una campaña para desestimular el consumo de agua embotellada apoyándose en la buena calidad del agua corriente; se enfrentaría a varias empresas y sus sindicatos que perderían sus ganancias y sus fuentes de trabajo, respectivamente. Lo mismo ocurriría con cualquier otro rubro de productos nacionales o importados como la vestimenta de mala calidad y poca duración, todo tipo de artículos de plástico de dudosa utilidad (pienso, por ejemplo, en los juguetitos de McDonalds) y cuya período de uso es menor que el tiempo que pasan en el barco desde China y terminan rápidamente en la basura. Igual situación se presenta con la rápida obsolescencia de los artículos informáticos y electrodomésticos. Oponerse a la evolución tecnológica que está detrás del fenómeno sería considerado un atentado contra el progreso y la modernidad.
En el capitalismo, todo lo que colabore con el aumento del producto bruto y genere fuentes de trabajo y ganancias al capital es bueno por definición. No importa que se trate de armamentos, bebidas alcohólicas, cigarrillos, drogas legales o ilegales, productos químicos para uso y abuso, comida chatarra, plásticos y envases de cartón de un solo uso, etc., etc. Ese es el dilema que tienen los gobiernos, la prosperidad económica se opone a la sustentabilidad.
En el libro La trama de la vida, Fritjof Capra dice algo así como que en la naturaleza no existe la basura. Marx decía que el capitalismo produce una “ruptura metabólica” entre la naturaleza y los seres humanos. Una de las consecuencias de esta ruptura es el descontrol sobre la generación de residuos que, si bien provienen, en última instancia, de la naturaleza, no pueden regresar saludablemente a ella.
La basura parece ser un síntoma de una enfermedad ¿incurable? Al mundo, más que faltarle un tornillo, parece que le sobran muchos, cuál será el mecánico que lo puede arreglar, lo dejamos a consideración de los lectores.
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