Reseña del libro: Comemos a las minas y las minas nos comen a nosotros de June Nash
Reseña del libro:
Comemos a las minas y las minas nos comen a nosotros de June Nash
Trabajo presentado en el curso de Antropología Latinoamericana, mayo 2020
La presencia de June Nash en Bolivia podría pasar como una más de un antropólogo nacido y formado en el Primer mundo que viene a estudiar a grupos étnicamente delimitados en América. Sin embargo, su elección de un pueblo minero la convierte en una innovadora al romper con la etnografía clásica que busca rescatar la pureza étnica y cultural. En cambio, elige sumergirse en un mundo plenamente integrado en la economía capitalista y donde las visiones del mundo se someten a las condiciones materiales particulares del sistema de producción y trabajo minero.
El libro combina la etnografía a la manera clásica, con relatos de su experiencia en el campo, con referencias a diálogos y declaraciones de interlocutores con sustanciosos fragmentos de contextualización histórica, política y económica. La autora no oculta su presencia, la reflexividad está presente como encarnación de un pensamiento que surge de una subjetividad explicitada. En la interacción con los protagonistas intenta colocarse en un plano de igualdad y respeto por el saber del otro, aunque su sola condición de académica, estadounidense y blanca establece una frontera: ella está ahí, pero se puede ir.
El libro Comemos a las minas y las minas nos comen a nosotros fue publicado en inglés en 1979 y recién en 2008 en castellano por editorial argentina Antropofagia. Este retraso parece contradictorio con el espíritu de compromiso con la situación de las personas etnografiadas, aunque el retorno de la antropóloga a Bolivia y la realización de un libro y un documental sobre la vida de un minero, podrían considerarse como una devolución de su trabajo hacia la comunidad que le dio acogida. La edición en castellano resulta, además, muy desprolija desde el punto de vista editorial. Quisiera atribuir a la editorial y a la traducción la responsabilidad, no tengo forma de confrontar con la versión original inglesa.1 ¿Podría pensarse que la falta de desarrollo de la antropología nativa latinoamericana generó esta falta de interés editorial por la etnografía de Nash? Quizás las dificultades políticas en Bolivia resultaron impedimentos para la edición en este país y los provincialismos nacionalistas de las academias de otros países latinoamericanos dejaron en la sombra el trabajo de Nash.
Una de las grandes interrogantes que surgen de la lectura es sobre la situación actual de la comunidad minera boliviana, casi cincuenta años después de la presencia de June Nash en Oruro. Seguramente exista información accesible sobre los aspectos sociales y económicos del sector minero, pero no parece fácil conocer de la manera que lo permite una etnografía. ¿Existen trabajos etnográficos actuales sobre el mundo social minero boliviano? Queda la pregunta pendiente.
El título del libro, tomado de la palabras de un minero, expresa la dependencia de la comunidad minera de su fuente de trabajo, las minas; pero, a su vez, estas están personificadas como un gran animal que cobra la riqueza que otorga, con la vida y salud de los mineros. Así como en el mundo agrícola, la tierra está de alguna manera personificada en Pachamama, a la que hay que agradecer y honrar como proveedora; el mundo subterráneo tiene su guardián, Huani, Supay o el Tío, al que hay que ofrecer sacrificios para que no se los tome por mano propia, ya sea mediante el deterioro gradual de la salud de los mineros como de los accidentes que provocan muertes y mutilaciones. Si leyéramos este mundo de creencias desde un punto de vista ecológico, parece claro que el mundo agrícola es más amigable, la tierra ofrece pero es capaz de restaurarse a sí misma, si se la trabaja adecuadamente. El mundo del socavón, en cambio, es pura extracción, no hay manera de devolver lo que se quita, la imagen del Tío como diablo (aunque no se lo puede identificar con el diablo cristiano) muestra su aspecto más cruel y su enojo por la codicia humana.
Así como José María Arguedas retrata en El zorro de arriba y el zorro de abajo un mundo humano étnicamente diverso y complejo en sus relaciones sociales y económicas, June Nash aborda el mundo social minero con una mirada ajena al esencialismo culturalista que ve al indígena como un sujeto encajado en un marco cultural congelado. Los mineros son indígenas por su origen, pero Nash privilegia su condición social, de clase; su trasmutación desde la condición campesina a la minera y la mirada sobre las formas ideológicas de interpretar y sobrellevar la realidad, que integran creencias y rituales ancestrales de origen prehispánico; el catolicismo y la ideología de clase con sus variantes más o menos marxistas. Como Arguedas, ella también ve gente donde otros ven indios, la indiología se vuelve realmente Antropología.
En la mirada de June Nash, la categoría de indio tal como la define Bonfill Batalla como una creación desde la mirada uniformizadora del colonizador sobre los originales habitantes de América, se disuelve. Nash parte de un enfoque marxista que prioriza la relación de las personas con los medios de producción. La categoría de minero se incorpora a un análisis clasista. Los mineros, provenientes en su mayoría de la economía campesina que tiene como unidad social el ayllu, se proletarizan e incorporan directamente como sujetos que venden “libremente” su fuerza de trabajo a una empresa capitalista. El carácter de propiedad privada o estatal no cambia esta relación esencial, aunque sí puede cambiar las condiciones de esta relación, tal como se menciona múltiples veces en el texto cuando se señalan las oscilaciones históricas desde el origen como propiedad privada, la estatización en la revolución de 1952 y las posteriores olas de mayor o menor explotación de acuerdo a la cambiante situación política de Bolivia.
La antropóloga no pone el énfasis en la condición india de los mineros, en general, cuando se refiere a ella lo hace hablando del pasado o de los habitantes de otros lugares. Sin embargo, en la descripción de las ritualidades, creencias y festividades queda claro el origen indígena de muchas de ellas, superpuestas y conviviendo con ritualidades, creencias y festividades católicas. Las referencias raciales aluden a cierta discriminación interna, dependiente de otra estructural, de corte pragmático; se favorece más a quien tiene más posibilidades de prosperar en el mundo laboral y si es fuera del mundo minero, mejor: “Los hombres por lo general son preferidos sobre las mujeres, sobre todo por la madre y según el color más claro de su piel o su inteligencia, reciben un trato prioritario por parte de ambos padres.” En este mismo sentido aparece la referencia a la vestimenta como elemento distintivo y como marcador de ascenso social “A veces, uno o más de los hermanos, tendrán éxito en la rebelión de la subclase chola para ser gente de vestido y se establecerán en la clase profesional.” (Nash,2008:98)
Esta mujer, como muchas de su generación, nacidas antes de los años 1920, acepta la visión chola alienada de lo que es su cultura. Ella aspira a conseguir la admisión en la clase de gente decente, escogiendo a la gente de vestido como compadres2 para sus hijos. (Nash,2008:111)
El capítulo 9, titulado “Comunidad y conciencia de clase” brinda una explicación sobre la relación de las personas con las diferentes categorías de “indio”, “cholo” y “de vestido” que no parecen tener una correspondencia “racial” estricta. La lengua y la vestimenta (particularmente la femenina), así como el nivel educacional, son las marcas en estas transiciones o permanencias. Existe una tensión entre los deseos de superación social y los anclajes a una cultura tradicional que brinda seguridad y sentimiento de pertenencia.
Podría decirse que el mundo minero es un mundo de transición entre el mundo campesino indígena y el mundo urbano de “gente decente”. La mención a la “visión chola alienada” refiere a quien se juzga a sí mismo con los cánones de una cultura a la que considera superior, como una materialización de la llamada “colonialidad del saber” aplicada en este caso, no al mundo académico sino al mundo social.
Ya que mencionamos el concepto de alienación, resulta interesante el análisis de la relación de los trabajadores con su trabajo y en qué medida este es “enajenado” o no, de acuerdo con la concepción marxista. Dice June Nash:
Como enclave cultural están menos alienados que la mayoría de la clase obrera en las naciones industrializadas, dado que no están privados de la base de la identidad y la comunicación comunal que todavía se genera en las comunidades mineras. (2008:341)
Este valor de la identidad, sumado a la conciencia de clase generada por la tradición organizaciones del mundo laboral minero funciona como una vacuna contra la alienación. Marx, en los Manuscritos Económicos y Filosóficos reflexiona sobre la enajenación en los siguientes términos:
“Todas estas consecuencias están determinadas por el hecho de que el trabajador se relaciona con el producto de su trabajo como un objeto extraño. (779) De esto resulta que el hombre (el trabajador) sólo se siente libre en sus funciones animales, en el comer, beber, engendrar, y todo lo más en aquello que toca a la habitación y al atavío, y en cambio en sus funciones humanas se siente como un animal. Lo animal se convierte en lo humano y lo humano en lo animal. (827)
Si confrontamos con estas declaraciones de un minero:
“No tengo ningún temor. ¡Nací para ser minero! Me gusta la mina. Me gusta la emoción de ponerme en riesgo para probar mi hombría y mi capacidad. […] Me gusta la camaradería.” (Nash,2008:38)
nos surge la pregunta sobre la aplicabilidad del texto de Marx a esta situación. El espíritu de aventura, el enfrentamiento valiente con el riesgo y la hermandad con los compañeros de trabajo parecen contradecir que el minero se sienta como un “animal” mientras trabaja. Esto no quiere decir que no sufra la explotación ni las pésimas condiciones de trabajo. Ocurre lo contrario en el mundo doméstico que frecuentemente le revela al minero su verdadera condición miserable, este hecho deriva, en ocasiones, en episodios de violencia contra las mujeres. ¿Podría decirse que se invierte aquí la afirmación del joven Marx?
Fiel a su pensamiento materialista, el enfoque antropológico de Nash tiene permanentemente en cuenta la dependencia de las relaciones familiares de las estructuras económicas que rigen la vida de la sociedad minera. El marco básico lo constituye el hombre asalariado y la mujer a cargo de la reproducción y cuidado del hogar. El sustrato ideológico es sustentado por la Iglesia católica. Sin embargo, este modelo “ideal” tiene vulnerabilidades múltiples debido a las condiciones de vida que obligan a mantenerse con salarios muy insuficientes, a la alta mortalidad de los trabajadores que priva al núcleo familiar del único ingreso económico y que generan reestructuraciones permanentes a través de la salida de las mujeres al mundo laboral salariado o a nuevos matrimonios que exponen a los hijos del anterior matrimonio a una competencia con sus medio hermanos en condiciones frecuentemente desfavorables. En este sentido la relación madre – hijos es la que brinda cohesión y estabilidad a la trama social.
Las mujeres forman parte de la trama laboral de la mina ya que el minero depende de ellas para su sostenimiento, los relatos sobre las esposas que deben levantarse temprano para conseguir lo necesario para el desayuno, las viandas enviadas al mediodía; revelan que la compañía minera contrata, en los hechos, al trabajador y a su esposa. Sin ella, le resultaría casi imposible cumplir con su trabajo. La revolución de 1952 estableció algunas prestaciones para el núcleo familiar y para las esposas que resultan un reconocimiento de esta realidad: “...porque la seguridad de la familia ata a un hombre a su trabajo y reduce el ausentismo” (Nash, 2008:253), compensando parcialmente el carácter del trabajo doméstico no remunerado; nos dice Mercedes Olivera en un artículo casi contemporáneo del libro de J. Nash:
Se trata de trabajo no remunerado, pero es trabajo en el sentido de que crea valores y bienes de uso y servicios, ¿o no es valor económico indispensable para cualquier sistema la fuerza de trabajo misma? Los bienes de uso y servicios creados por las mujeres se acumulan en forma de energía en los hijos y en el marido que a fin de cuentas aprovecharán en buena parte sus patrones en el momento mismo que vendan directa o indirectamente su fuerza de trabajo a las empresas. (1976:196)
Cuando un minero muere, si tiene hijos varones en edad de trabajar lo sustituirán como herederos y la mujer deberá conseguir un nuevo marido para no caer en la miseria. También es frecuente que las mujeres trabajen en la superficie como palliris lo que avergüenza a sus maridos, por esta razón es frecuente que este trabajo lo hagan las mujeres cuyos maridos enferman. Estos trabajos accesibles a las mujeres son marginales, precarizados, sin seguridad social ni derecho a salud.
Respecto al trabajo de las mujeres, volvemos a M. Olivera:
...pero desgraciadamente en nuestra realidad latinoamericana, todavía se considera la participación de la mujer en la vida económica como una desviación de lo normal, como una infracción al orden natural de las cosas. Esta contradicción creada por el propio sistema que, por un lado, la empuja a participar en el desarrollo y, por otro, la ata al hogar, ha ocasionado el cuestionamiento del papel social de la mujer y la tendencia a modificar los valores sociales que rigen a la sociedad ha puesto en crisis el orden familiar burgués. (1976:194)
Las mujeres cumplen un importante papel en la generación de redes comunitarias y en la propia lucha por la obtención de logros, paralelamente al sindicato. La pulpería, proveedor privilegiado de los bienes necesarios para la familia cierra un círculo vicioso de dependencia de la empresa minera. Constituye, indirectamente un centro de reunión y de organización femenina. Muchas mujeres, además consiguen romper esa dependencia mediante redes de comercio con comunidades agrícolas vinculadas o con el desarrollo de actividades de huerta doméstica. Las movilizaciones femeninas son toleradas con desconfianza por sus pares masculinos que temen la excesiva autonomía de aquéllas.
Los trabajos marginales: palliris, veneristas y jucos, ocupan a una gran cantidad de personas, en el caso de los dos primeros, fundamentalmente mujeres, y su importancia fue reconocida sindicalmente como parte de “la unidad de la familia minera”. Se trata de un importante ejército de reserva para la mina.
Las búsquedas de salir del círculo laboral de la mina son limitadas, por un lado la migración se encuentra supeditada a las limitaciones que imponen las condiciones climáticas y de altitud. Resulta difícil la adaptación a alturas menores, particularmente para aquellos enfermos de silicosis. La educación de los hijos es siempre una expectativa de mejoramiento frecuentemente frustrada por la vulnerabilidad de la familia, expuesta a la incapacidad física temprana de los trabajadores o su muerte.
Resulta imposible abarcar todos los aspectos de esta extensa etnografía en un trabajo de estas dimensiones. A modo de conclusión podemos decir que June Nash ingresa, y nos hace ingresar, en un mundo social plenamente integrado a los sistemas de producción capitalista pero con importantes lazos culturales con su pasado campesino, mucho más relacionado con sus antepasados prehispánicos. Su enfoque marxista no le impide comprender la importancia de las creencias y rituales y caer en la simplista calificación de “opio de los pueblos”. Estas manifestaciones culturales son interpretadas como estrategias de supervivencia social imprescindibles para esta comunidad. Su descripción de las especificidades de los lugares sociales de hombres y mujeres resulta de gran lucidez y libre de prejuicios. Sin embargo, su materialismo ideológico reconoce la importancia de las condiciones económicas de una sociedad como factores que moldean la cultura y las normas de convivencia.
Bibliografía
Marx, C. (s/f) Manuscritos económicos y filosóficos. Versión Kindle (los números especificados en las citas corresponden a las llamadas “Pos” en el Kindle.
Nash, J. (2009) Comemos a las minas y las minas nos comen a nosotros. Buenos Aires: Antropofagia.
Olivera, M. (1976) Consideraciones sobre la opresión femenina como una categoría para el análisis socio-económico. En: Feminismo popular y revolución: entre la militancia y la antropología: antología esencial. (189-203) Buenos Aires: CLACSO.
1 Algunos ejemplos: p. 41: errores de diseño de párrafos; p. 97: ¿a qué sectores misioneros se refiere?; p. 157: “Nuestra conversación se dio justo después de que cayera la primera luna” (son palabras de la etnógrafa en medio de una transcripción de un interlocutor, ¿a qué se refiere?; p. 184: “Cuando compré una casa en Cala Cala, el vendedor me ofreció una escritura sin yo haberla pedido.” (¿la etnógrafa compró una casa? ¿qué tiene de raro que le den una escritura?; p. 253: “Antes de esto, algunos trabajadores podían terminar con ingresos debido a averías mecánicas o derrumbes.” (¿no debería decir “sin ingresos”?); p. 274: “Este argumento nunca antes había utilizado cuando Amén hizo huelga de esta naturaleza.” (falta un verbo, ¿quién o qué es Amén?); p. 281: título de Tabla: “Costo del estaño importado a Inglaterra” (¿Bolivia importó estaño de Inglaterra?)
2 ¿No debería decir “padrinos”?
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