El derecho de migrar

       El derecho de migrar: ¿qué es un derecho? ¿quién lo determina? La migración es una antigua costumbre humana. 

Cualquier grupo de individuos que no encuentra lo que necesita para subsistir en el lugar donde está, busca desplazarse a otro. Esto lo han hecho los humanos, sus antepasados y lo hacen también los animales. Lo particular de la migración humana moderna es, primero, que ya casi no quedan espacios terrestres habitables sin la presencia de humanos, con todo lo eso implica para el encuentro entre el que llega y el que ya está. En segundo lugar, el mundo está organizado en estados nación con fronteras que pueden ser barreras legales e incluso físicas difíciles de atravesar. 

La migración puede ser fruto de impulsos aventureros, de persecuciones políticas, de necesidades de subsistencia. La variedad de situaciones es infinita. La diferenciación económica es determinante para la relación entre el inmigrante y la sociedad receptora: el que viene “con una mano atrás y otra adelante” y necesita ayuda y respaldo es un “inmigrante”, el que llega con recursos como para instalarse sin depender de ninguna ayuda es un “residente extranjero”.   

Para algunos migrar es fácil, juntan unos pesos, se toman un avión y se van. Quizás sus antepasados le facilitaron la entrada con una ciudadanía adoptada. O no, se integran como pueden, trabajan, resisten, envían remesas a su familia de origen. Muchos dejan sus hijos en casa y los van a buscar después de varios años. En otros casos, la migración es una aventura muy riesgosa que exige atravesar desiertos o selvas, varios países, embarcarse riesgosamente, ponerse en manos de “traficantes”, literalmente jugarse la vida en el intento. Algunos lo logran, muchos mueren en el camino o son rechazados de vuelta. 

En el mundo de hoy y en algunos países, el derecho de migrar se ha convertido en el castigo por migrar: detenciones, encarcelamiento, criminalización, deportación y hasta encierro en prisiones sin juicio. El capitalismo los necesita como mano de obra barata, pero, al mismo tiempo, los persigue y los culpabiliza por todos los males. 

Las guerras son grandes generadoras de movimientos migratorios: Ucrania, Sudán, Congo, solo para citar algunos casos contemporáneos. También lo son las crisis políticas y económicas profundas, en el caso de Latinoamérica, Cuba y Venezuela son buenos ejemplos. 

Pero hay quienes no tienen ninguna de esas opciones, están encerrados en un espacio limitado, bombardeados y acosados por el ejército israelí sin ninguna opción de salida. Los agresores no los dejan salir y los amigos consideran que no deben dejar la tierra a la que están unidos y entregarla al colonizador. Muchos de ellos también lo dicen, no nos vamos, tenemos la llave de nuestras antiguas casas que conservamos desde la Nakba y así seguiremos, preferimos morir que dejar nuestra tierra. Por admirable que resulte esta rebeldía, no se puede negar que se encuentra mediada por la imposición de la inmovilidad. Solo está permitido el trágico deambular dentro del territorio de Gaza hacia zonas supuestamente seguras que, rápidamente, se convertirán en inseguras. 

La cínica propuesta de Trump, festejada por el gobierno sionista, de producir un desplazamiento forzoso de toda la población de Gaza hacia otros sitios “seguros” no hace más que confirmar que estamos ante algo, que si no es un genocidio, se le parece mucho.


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