Réplica a mí mismo. Comentarios al artículo "Somos los que somos"
Réplica a mí mismo. Comentarios al artículo "Somos los que somos" (https://ladiaria.com.uy/opinion/articulo/2025/1/el-ultimo-censo-somos-los-que-somos/)
Reconozco que es mucho más fácil escribir argumentando polémicamente con alguien que piensa diferente. En mi artículo anterior arremetí contra Faig y su diagnóstico “catastrófico” de la realidad demográfica del Uruguay. Hoy siento la necesidad de polemizar conmigo mismo. Así que preparate que ahí voy.
En ese artículo decís que el enlentecimiento o la detención del crecimiento demográfico suponen una buena noticia para la supervivencia de la vida sobre este planeta. Te recuerdo que cuando eras joven escuchabas y cantabas (vos y muchos más) aquella canción que decía “Niño, mi niño, vendrás en primavera te traeré” y más adelante: “y aunque nazcas pobre, te traigo también, se precisan niños para amanecer…” ¿En qué quedamos? ¿Tanto cambiaron tus ideas? Además, entendés y compartís la alegría de los abuelos que tienen muchos nietos y la desazón de los que no esperan tenerlos. Y no te estoy diciendo que seas hipócrita, son tus verdaderos sentimientos.
-Bueno, tenés un poco de razón, es un poco contradictorio. Yo no creo que la canción “Gurisito” de Daniel Viglietti esté en las playlists de don Guido (el general) o de Faig y la acusación de “malthusiano” me resulta incómoda, aunque no me la dirigieron personalmente. Pero tenés que entender que los sentimientos y las ideas no siempre van por el mismo carril; lo mismo que los intereses particulares y los generales. No vas a pensar que trato de “enemigos ambientales” a quienes quieren tener hijos.
- No, pero alguien que lee tu artículo podría sentirlo así, no te dicen nada para no ofenderte. En otro artículo más viejo, criticabas a Manini porque proponía estimular económicamente a las familias para que tuvieran más hijos. ¿Te parece mal que el Estado ayude a padres y madres?
- Mirá, una cosa es favorecer que los niños que nacen crezcan en las mejores condiciones y otra, diferente, es estimular económicamente la fecundidad. Esto último me suena parecido a los puntos del supermercado o los descuentos de las tarjetas de crédito. No me resulta simpática la idea de que hay que traer hijos porque se necesitan trabajadores o, como se decía en tiempos de patriotismo, para que luchen por su país. Traer hijos al mundo está en nuestra naturaleza y la cultura ha hecho suyo este mandato. Sin embargo, esa misma cultura ha cambiado en las últimas décadas y la maternidad / paternidad ya no son imperativas de la misma manera ni para todo el mundo. Otros intereses se colocan por delante, tanto en hombres como mujeres, pero, particularmente entre estas últimas: la necesidad de estudiar; de avanzar en la carrera laboral; la vida social, deportiva o el simple entretenimiento. Por otro lado, hace unas cuantas décadas que la mortalidad infantil ha descendido radicalmente y ya no se piensa en tener muchos hijos para asegurar que algunos lleguen a adultos. ¿Te acordás de aquella expresión “que Dios te lo conserve”? Tenía que ver con eso. La idea de estimular económicamente la fecundidad lo único que va a lograr es aumentar el número de nacimientos en las familias más pobres y no necesariamente permitir que esos niños crezcan en las mejores condiciones. Lo que yo quisiera es que las familias más pobres dejen de serlo y no tirarles unos pesos para que tengan más hijos.
- Y ¿cómo pensás que habría que hacer para favorecer el buen desarrollo de los niños?
- Voy a decir una perogrullada, si la gente trabajara menos horas, podría ocuparse más de los hijos, tanto los padres como las madres. La reducción de la jornada laboral es posible con el actual desarrollo tecnológico, pero exige cambios importantes en las estructuras económicas. La productividad ha aumentado mucho más que lo que se ha reducido la jornada laboral, también aquí hay un problema de reparto: unos trabajan mucho -ganando bien o mal- y otros trabajan muy poco o casi nada, también ganando mucho o casi nada.
Hay quienes proponen una renta básica universal para que todas las personas, con o sin trabajo, tengan una base económica mínima, sería una forma de retribuir los trabajos domésticos y de cuidados que ya se hacen sin retribución alguna. El Estado debería proveer mejores servicios de cuidados para los niños pequeños y una enseñanza de tiempo extendido, no solo para los más pobres, sino para todos. No creo que medidas como esas aumenten la natalidad, pero sí, mejorarán las posibilidades futuras de esos niños.
En resumen: que en el mundo ya somos muchos humanos es un dato indiscutible, que nuestro país está relativamente despoblado también, pero nuestro lugar en la división internacional del trabajo nos coloca como un destino migratorio no muy atractivo. En lo que no somos originales es en el mal reparto de la riqueza y del trabajo. Ser pocos debería ser un estímulo y una condición favorable para gestionar mejor nuestro castigado medio ambiente. Si siendo tres millones y pico no podemos gestionar bien nuestros residuos, ¿qué podemos pedirle a países con densidades poblacionales diez o veinte veces mayores?
-Otro tema: alguien que leyó tu artículo me observó tu afirmación “La pureza racial no existe y el derecho ancestral sobre cualquier territorio no es más que una ilusión o un capricho”. La reivindicación del derecho ancestral sobre la tierra ha sido útil a algunos pueblos indígenas para frenar el avance sobre sus territorios, defendiéndose a sí mismos como sociedades y al entorno en el que habitan.
-Hay conceptos que según cómo y por quiénes sean manejados tienen significados diferentes. Las reivindicaciones territoriales e identitarias pueden adquirir un carácter progresista en manos de pueblos desplazados u oprimidos o un carácter reaccionario y hasta genocida en manos de gobiernos poderosos, basta mirar hacia Medio oriente para verlo.
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