El pecado original y el futuro a nuestras espaldas. Reflexiones antropológicas sobre novelas de J. M. Coetzee

El pecado original
y el futuro a nuestras espaldas

Rafael Katzenstein

Reflexiones antropológicas sobre novelas de J. M. Coetzee

Trabajo realizado para el curso de Culturas Populares y Subalternidad, 2018

Presentación

En este trabajo nos vamos a apoyar en material literario para analizar las relaciones de subalternidad que pueden darse en determinados contextos sociales. Estos vínculos y conflictos están atravesados por varios sistemas de clasificación que generan jerarquías y oposiciones, a veces violentas, otras aceptadas o resistidas de diferentes maneras. Hablamos de jerarquías establecidas por raza, etnia, género, edad, clase. Se ponen de manifiesto también las oposiciones de campo / ciudad y trabajo intelectual / trabajo manual. La intención es mostrar que estas categorías no aparecen solas y que los sistemas de clasificación tienen cierta dinámica, especialmente en determinados períodos históricos donde pueden llegar a la inversión, permanente o transitoria. Incluso cuando existen clasificaciones claramente estratificadas como negros y blancos en el caso sudafricano, los grupos creados son heterogéneos y se crean jerarquías intermedias y cruces complejos. 

No se pretende hacer un análisis literario, sino un aprovechamiento de las tramas argumentales de dos textos para extraer algunas conclusiones que puedan aplicarse a la realidad social en general y en particular a la de nuestra región. Si bien la acción transcurre en Sudáfrica, pensamos que es posible generalizar conceptualmente, utilizando la trama narrativa como punto de partida.

La ventaja de trabajar con textos de ficción es que nos ofrece personajes y circunstancias ficticias pero verosímiles, carentes de estereotipos y llenas de matices. No hay personajes idealizados, sino que cada uno carga con su asignación social, sus ansias de libertad, sus prejuicios, sus intereses e impulsos.   

Las novelas

El principal texto utilizado es Desgracia (1999), escrita por John Maxwell Coetzee (1940) ambienta su acción en la Sudáfrica recién salida del régimen segregacionista del apartheid. Su protagonista, David Lurie es un profesor de literatura universitario, solitario e individualista que ha logrado cierta estabilidad emocional en su trabajo y en sus encuentros semanales con una prostituta, Soraya. La relación se estropea cuando David la ve con sus dos hijos fuera del contexto habitual e intenta contactarla fuera de las reglas “comerciales”. Su ilusión de encontrar “algo más” en esta relación termina dejándolo sin ella.  

Posteriormente inicia un romance con una alumna de 20 años, Melanie. Es acusado de abuso y sometido a un juicio académico. Se defiende mal y cae en desgracia. Pierde su trabajo y se va a vivir con su hija Lucy. Lucy vive en el campo en una casa en la que se había instalado una comunidad hippie. La comunidad se disolvió y Lucy decidió quedarse allí cultivando flores y hortalizas y ofreciendo un servicio de pensionado para perros. Petrus, un hombre africano que vive con su segunda esposa en el predio, era dependiente y ahora es vecino de Lucy al adquirir una parte de la tierra. David ayuda en las tareas, tanto a su hija como a Petrus. También colabora con una amiga de Lucy que tiene un establecimiento de “bienestar animal” donde reciben animales domésticos “excedentarios” y si nadie los adopta, los sacrifican piadosamente. Mientras David está en la casa de su hija son asaltados por tres hombres africanos que entran en la casa, roban, violan y embarazan a Lucy, hieren a David y matan a varios perros. Los atacantes parecen estar relacionados con Petrus, al menos uno de ellos, un chico que termina viviendo en el predio. A partir de allí, el desencuentro entre padre e hija se acentúa porque ésta no admite denunciar la violación. Lucy parece pagar por el pecado original de ser blanca.  

También se hará referencia a algunos episodios de la novela del mismo autor La edad de hierro (1990) que ambienta su acción en 1986 cuando todavía regía el régimen del apartheid, aunque ya se presentía su próximo colapso. La protagonista es una veterana profesora blanca que vive sola y a quien diagnosticaron un cáncer que la llevará próximamente a la muerte. Establece un vínculo con un vagabundo que se refugia en el fondo de su casa. Al mismo tiempo,  la familia de su empleada doméstica constituye un vínculo con los violentos procesos que acompañan el fin del apartheid. 

Lucy y el pecado original

̶  Pensé que preferirías dejarlo para la próxima semana  ̶  dice Bev Shaw ̶  . ¿Vas a renunciar a él?

̶  Sí, voy a renunciar a él. (Coetzee, 2002:271)

Con este diálogo termina Desgracia. Tono de resignación, pesimismo, impotencia. El gesto del protagonista de renunciar a salvar de la eutanasia al perro del que se había encariñado, se convierte en una metáfora de la situación social desarrollada en la novela. 

La afirmación de Grimson (2011) de que no hay sociedades homogéneas no puede ser más acertada en el caso sudafricano. A la pluralidad de etnias nativas se suman los descendientes de los distintos grupos de europeos que forman parte de la minoría blanca que gobernó este país durante el apartheid, más los inmigrantes indios y sus descendientes. La diversidad lingüística es solo la punta del iceberg de la heterogeneidad social que es más compleja aún. 

El protagonista mira por TV un partido de fútbol 

Los comentaristas alternan el sotho con el xhosa, lenguas de las que no entiende una sola palabra. Baja el volumen hasta no ser sino un murmullo. Sábado por la tarde en Sudáfrica, un lapso consagrado a los hombres y sus placeres. (Coetzee, 2002:97). 

Cuando el personaje se encuentra en una situación límite, su pensamiento, expresado desde la óptica del narrador omnisciente, se manifiesta en toda su crudeza y dejando a la vista los estereotipos y prejuicios: 

Él habla italiano, habla francés, pero el italiano y el francés no le salvarán allí donde se encuentra, en lo más tenebroso de África. Está desamparado como una solterona, como un personaje de dibujos animados, como un misionero con su sotana y su salacot a la espera, las manos entrelazadas y los ojos clavados en el cielo, mientras los salvajes parlotean en su lenguaje incomprensible y se preparan para meterlo de cabeza en un caldero de agua hirviendo. La obra de las misiones: ¿qué ha dejado en herencia tan inmensa empresa destinada a elevar las almas? Nada, o nada que él alcance a ver. (Coetzee, 2002:122)

El narrador dice “in darkest Africa” en el original inglés, ese es el título de un libro (1890) de H. M. Stanley (1841—1904) en el que relata una de sus misiones al África central. Stanley representa el más genuino espíritu colonialista europeo. Es obvio que no se trata de una casualidad, es una alusión deliberada para el lector atento. La ironía coloca al personaje como un intruso en un mundo desconocido y hostil, a pesar de ser un ciudadano sudafricano, nacido allí. La alusión a Stanley también parece indicar quién es el invasor ya en su papel político como misionero. 

Más adelante, Petrus organiza una fiesta en su casa, los únicos blancos invitados son Lucy y su padre. Se encuentran allí con el chico que formaba parte del grupo de asaltantes y, a pesar de que Lucy le dice a su padre que no quiere “armar un escándalo”, David lo busca y se produce el siguiente diálogo:

 ̶  Te conozco  ̶ le dice malencarado. 

El chico no parece alarmarse. Al contrario: da la impresión de que el chico ha esperado este momento, de que se ha reservado para cuando llegara. La voz que sale de sus labios es áspera, bronca de rabia.  

̶  ¿Y tú quién eres? ̶  dice, pero sus palabras quieren decir otra cosa bien distinta: ¿Qué derecho te asiste para estar aquí? Todo su cuerpo irradia violencia. (Coetzee, 2002:166)

Es importante tener presente que la novela desarrolla su acción en una sociedad en transición de un régimen discriminatorio sin tapujos a una nueva realidad más acorde con los principios del capitalismo liberal republicano donde se supone que todos los individuos tienen los mismos derechos. Todos los sujetos en su interacción parecen sufrir una suerte de desarraigo respecto a la identidad y el papel social que les ha sido atribuido. Ese desarraigo produce el conflicto y dificulta la comunicación.

En esta sociedad en proceso de reacomodación, las configuraciones culturales de las que habla Grimson (2011) y las tramas simbólicas respectivas parecen perder transitoriamente su estabilidad y sufren una resignificación. Grimson, casualmente, usa el ejemplo de la violación que existe en todas las sociedades y señala “los modos en que esas violaciones son significadas, y las reacciones sociales y jurídicas que suscitan, son muy distintas, y se insertan en regímenes de significación específica.” (Grimson, 2011:174). En el episodio de la violación de Lucy y su actitud posterior, se desarrolla una compleja trama de significados en que las distintas posiciones de poder entran en juego: Lucy es mujer y víctima, a su vez es blanca y representa la culpa ancestral del colectivo opresor. Su padre es incapaz de comprender y aceptar que su hija se ofrezca simbólicamente como chivo expiatorio de la culpa de sus ancestros raciales. En este juego, David parece tratar a Petrus y a los asaltantes como iguales y por eso los quiere llevar ante la justicia, mientras que Lucy se siente superior y acepta la humillación para “facilitar” el proceso de inversión de los campos hegemónicos. Petrus también acepta su papel de transición entre dominado e igual, en un enigmático pasaje donde dice: 

Lucy es nuestra benefactora. – dice Petrus, y luego se dirige a Lucy—: Eres nuestra benefactora. 

Es una palabra de mal gusto, o a él se lo parece: es una palabra de doble filo, que agría ese instante. ¿Puede echársele la culpa a Petrus? El lenguaje al que se confía con tanto aplomo, pero es imposible que él lo sepa, es que está recomido por dentro, como si lo hubieran atacado las termitas. Solo cabe fiarse de los monosílabos, y tampoco de todos. (Coetzee, 2002:163)

Identidades múltiples

El tema del lenguaje y de la lengua como vehículo de comunicación es recurrente. Al respecto dice Grimson: 

...una configuración implica una trama simbólica común, lenguajes verbales, sonoros y visuales en los cuales quienes disputan pueden a la vez entenderse y enfrentarse. (...) Sin duda hay interpretaciones distintas y opuestas sobre las mismas enunciaciones, pero los principios de división del mundo en términos de campo/ciudad, blancos/negros, capital/interior, ricos/pobres, ciudadanos/extranjeros u otros implican, necesariamente, la sedimentación de ciertos principios de (di)visión compartidos, una lógica sedimentada de la heterogeneidad que habilita e inhabilita posiciones de sujeto y lugares de enunciación. (Grimson, 2011:176) 

En el episodio narrado más arriba (enfrentamiento entre David y el chico), Petrus interviene y habla “en xhosa a toda velocidad”. Es evidente que lo hace para que David no entienda; además, como se demuestra más adelante, miente descaradamente al decir que no conoce al chico: en un futuro cercano éste se irá a vivir a su casa. El lenguaje sirve, entonces, como medio, tanto de comunicación, como de barrera entre personas que, formando parte de la misma sociedad, pertenecen a identidades distintas y, podría decirse, rivales. 

David, el universitario, es consciente de que una lengua no es solamente un código; que forma parte de una configuración cultural: 

No le importaría nada conocer un día la historia de Petrus de sus propios labios. A ser posible, sin que esa historia sea reducida al inglés. Cada vez está más convencido de que el inglés es un medio inadecuado para plasmar la verdad de Sudáfrica. (Coetzee, 2002:149) 

 Se trata de una sociedad que se encuentra en los límites de su existencia como tal, no parece fácil que logre establecer una “lógica instituida de interrelación entre las partes” (Grimson, 2011:188), un desarrollo de las “fronteras de lo posible, una lógica de la interrelación, una trama simbólica común y otros aspectos culturales compartidos.” (Grimson, 2011:177) Los personajes de la novela ponen en cuestión esta posibilidad: Petrus se adapta a las nuevas circunstancias, solicita subvenciones y progresa como pequeño productor rural; Lucy, acepta el costo doloroso de la transición; los asaltantes actúan como vengadores para marcar las nuevas condiciones (David piensa que son agentes de Petrus para lograr que Lucy abandone la lucha y le deje las tierras); David abandonó la zona de confort al dejarse llevar por su impulso sexual y no someterse al disciplinamiento del mundo puritano y cae en campo desconocido y hostil. Melanie (la estudiante que fue amante de David) y su familia se mantienen en el ámbito urbano relativamente protegidos del choque cultural, como si todo siguiera como antes.  

Desde la óptica de S. Hall podríamos considerar a la sociedad sudafricana como una sociedad multicultural sin entrar a analizar si existe o no una política multiculturalista. La novela no aborda las políticas oficiales, solo los intersticios sociales. El racismo y la etnicidad parecen converger en un lugar donde ser “negro” es ser locatario y donde las diferencias étnicas se marcan por la lengua y las costumbres. Por encima de esas diferencias existe la gran fractura entre africanos y blancos. Al interior de estos dos grandes colectivos tampoco todo es homogéneo, no es lo mismo ser boer, descendiente de los colonizadores holandeses y hablar afrikáans, que hablar inglés.

Hall (2010) señala la tensión entre racismo y etnicidad en que ambos términos se cruzan: “etnificación de la raza” o “racialización de la etnicidad” cuando se trata de reivindicar el derecho a asumir la diferencia cultural en el primer caso o cuando se intenta eliminar al otro, en el segundo. En las sociedades multiculturales se superponen dos demandas: la “de igualdad y justicia social” y la de “reconocimiento de la diferencia cultural”. (2010:599) La novela nos deja entrever estos conflictos, pero no en el campo de la lucha colectiva de las comunidades sino en la vida cotidiana de algunos individuos. El mundo urbano de donde proviene David aparece como lo más cercano al paradigma racional, universalista e individualista, dominado y acaparado por la población blanca. Cabe preguntarse en qué medida se aplica —antes y después del apartheid— la afirmación de S. Hall de que el propósito de la nación 

...es más bien forjar o construir una forma unitaria de identificación sobre la base de numerosas diferencias de clase, género, raza, religión y localidad que en realidad dividen la nación. (...) Para lograrlo, estos discursos deben integrar y entretejer profundamente el llamado estado “ciudadano” libre de cultura en el denso y enredado tejido de sentidos, tradiciones y valores culturales que sustentan la nación o que la representan. Es sólo dentro de la cultura y de la representación que puede construirse la identificación con esta “comunidad imaginada”. (2010:603)

La exitosa película Invictus, protagonizada por Morgan Freeman, crea un relato sobre Mandela y su política para crear ciudadanía a través del rugby. 

S. Hall señala de qué manera el multiculturalismo socava el liberalismo individualista al convertir los asuntos privados en públicos. Casi parece que Hall hubiera leído a Coetzee o viceversa. Dice Hall: 

La ley y la política intervienen cada vez más en el reino de lo que se considera privado. (...) Ámbitos como la familia, la sexualidad, la salud, (...) que solían pertenecer quintaesencialmente al dominio privado, se han vuelto parte de un ámbito mayor de contestación pública y política. (2010:605)

Dice Coetzee: “Vivimos en una época puritana. La vida privada de las personas es un asunto público.” (2002:87) Se está refiriendo a su escándalo de relación con una alumna. Justamente esta intromisión en su privacidad es lo que lo irrita y lo hace defenderse muy mal, terminando como terminó.

En la relación de David con Melanie se ponen en juego las categorías de género y edad y las relaciones de poder. Por un lado, la jerarquía entre un docente y su alumna convierten una relación amorosa en un asunto que puede ser juzgado como acoso. Presionada por su novio y su familia, la chica realiza la denuncia y el supuesto victimario se convierte en víctima, esta vez de la institución a la que pertenece. La sensibilidad social hacia los temas de acoso y violencia de género hace pesar la presunción de culpabilidad. El acusado, obcecadamente liberal e individualista, se niega a defenderse y prefiere perder el trabajo que humillarse. La disputa por los espacios de intervención de las instituciones o del Estado en la vida privada y las relaciones entre las personas es un asunto de gran vigencia. La discusión está en el balance que debe lograr esta intervención para defender los derechos de unos (supuestamente los más débiles) sin atentar contra los de los otros. El peligro es la utilización de las posiciones supuestamente subalternas (género, edad y lugar jerárquico en este caso) para superar una situación que quizás podría superarse sin esta intervención institucional. El proceso inquisitorio más parece impulsado por el moralismo conservador de la familia y los celos agresivos del novio de Melanie que por una verdadera situación de abuso. El prestigioso profesor se convierte ahora en un viejo despreciable: 

Las bodas de Cronos y Harmonía: algo antinatural. Eso fue lo que se pretendió castigar con el juicio, una vez despojada el habla de palabras grandilocuentes. Fue juzgado por su manera de vivir. Por cometer actos impropios: por diseminar su simiente vieja, cansada, simiente que no brota, contra naturam. Si los viejos montan a las jóvenes, ¿cuál será el futuro de la especie? En el fondo, esa fue la argumentación de los fiscales. De eso trata la mitad de la literatura, el modo en que las jóvenes se deben escapar del peso de los viejos, y todo en aras de la especie. (Coetzee, 2002:237)

Mientras la acción de la novela transcurre en el ámbito urbano, los conflictos de poder se desarrollan en los ejes de género y edad, por un lado y en el balance de control de las instituciones sobre los individuos regulando los valores de libertad individual y protección de derechos. No se mencionan en el ámbito urbano los conflictos raciales, sí se refiere en forma puntual a la exclusión social urbana típica: personas en situación de calle, vagabundos. La primera mención es la opinión de Soraya, la prostituta con la que David se encontraba semanalmente y que tiene opiniones moralistas: 

Le parecen ofensivas las turistas que muestran sus pechos (“ubres”, los llama) en las playas públicas; considera que habría que hacer una redada, capturar a todos los mendigos y vagabundos y ponerlos a trabajar limpiando las calles. Él no le pregunta cómo casan sus opiniones con el trabajo mediante el cual se gana la vida. (Coetzee, 2002:8)

La segunda refiere al peligro que acecha al protagonista en palabras de su segunda esposa “Vas a terminar como uno de esos viejos tristes que se ponen a rebuscar en los contenedores de basura.” (Coetzee, 2002:236)

“¿Cuándo los subalternos dejan de ser tales?”

Modonesi se plantea esta pregunta (2010:38) que puede aplicarse a la relación entre Lucy y Petrus. Si bien Lucy nunca ha formado parte de la elite gobernante, su condición de mujer blanca la convierte en una representante de la política segregacionista. Coetzee parece decirnos que la identificación social y los procesos históricos arrastran a los sujetos a cumplir funciones independientemente de su voluntad. Cuando Modonesi nos habla de la subordinación y la resistencia (p. 38) busca romper, siguiendo a Gramsci, la dualidad esquemática de la lucha de clases “la clase como proceso y como relación y no como dato estadístico.” 

En este proceso de inversión de la posesión del poder político ocurrido en Sudáfrica al finalizar el sistema del apartheid, el poder económico se mantuvo, prácticamente, en las mismas manos. Durante el mismo, la rebeldía y la “recuperación” del poder por parte de los sectores subalternos adquiere diversas formas. En la novela no se mencionan los movimientos organizados ni social ni políticamente, sino los procesos que ocurren en lo que podríamos llamar “infrapolítica” parafraseando a James Scott. Estos procesos incluyen la ganancia de terreno (en sentido figurado y en sentido literal) de Petrus sobre Lucy y la conversión del primero en propietario, vecino e incluso protector de la segunda. Hacia el final de la novela, David se convierte en mensajero entre los dos, cuando Petrus propone tomar a Lucy bajo su custodia en forma de un “casamiento”, incorporándola a un sistema cultural de subordinación de género aceptado socialmente por el colectivo africano. Petrus ya tiene dos esposas, la que vive con él, joven y que está esperando un hijo y otra, la primera, con la que pasa algunas temporadas de vez en cuando. Al aceptar Lucy esta propuesta, más que una relación sentimental, está aceptando someterse a un sistema patriarcal que resguardaría su independencia (simbolizada por su casa) y su sustento, así como la responsabilidad de Petrus sobre el hijo que está esperando, fruto de la violación. David no logra comprender a ninguna de las partes y solo atina a proponer vender su casa en Ciudad del Cabo y enviar a su hija a Holanda donde vive su madre. 

Pasos atrás y pasos adelante

Modonesi plantea para América latina en la etapa poscolonial que “en la exaltación de lo premoderno a contracorriente de las visiones dominantes, plantea su separación irreductible y su pureza frente a la modernidad occidental.” (2010:42) Podríamos identificar en este proceso de autonomización y empoderamiento de Petrus un proceso similar. El sistema ancestral, “premoderno”, poligámico, sucede al moderno liberal, occidental. 

El concepto de progreso mismo es puesto en cuestión en la relación generacional entre padre e hija. En su reencuentro el narrador omnisciente se interna en el pensamiento del protagonista

Los perros y el fusil; el pan en el horno y la cosecha a punto de medrar. Es curioso que su madre y él, los dos gente de ciudad, intelectuales, hayan engendrado este paso atrás, a esta joven y recia colona. Pero tal vez no sean ellos quienes la hayan engendrado: tal vez en eso tenga más que decir la historia misma. (Coetzee, 2002:81)

Lo rural y lo manual está asociado con el pasado, con la tradición; lo urbano, intelectual es lo moderno. Lucy encarna una inversión de ese supuesto progreso lineal. Walter Benjamin en sus Tesis sobre la historia, cuestionaba la identificación del progreso técnico con la mejora del ser humano. El propio David vive una incursión por este “paso atrás” al abandonar su mundo intelectual y urbano y poner manos a la obra a las órdenes de un africano (Petrus) y de dos mujeres (Lucy y Bev Shaw). 

La otra forma de rebelión o resistencia de los africanos sobre los blancos es el bandolerismo, patéticamente presente en la historia. El narrador lo explica como un sistema compensatorio de la desigualdad estructural: 

Es un riesgo poseer cualquier cosa: un coche, un par de zapatos, un paquete de tabaco. No hay suficiente para todos, no hay suficientes coches, zapatos ni tabaco. Hay demasiada gente, y muy pocas cosas. Lo que existe ha de estar en circulación, de modo que todo el mundo tenga la ocasión de ser feliz al menos un día. Esa es la teoría: aférrate a la teoría, a los consuelos de la teoría. No es una maldad de origen humano, sino un vastísimo sistema circulatorio ante cuyo funcionamiento la piedad y el terror son de todo punto irrelevantes. Así es como hay que considerar la vida en este país: en sus aspectos más esquemáticos. De lo contrario, uno se volvería loco. Ha de haber algún hueco dentro del sistema, un hueco para las mujeres y lo que les sucede. (Coetzee, 2002:125) 

 David, hombre, intelectual, urbano, blanco, no puede aceptar la actitud de Lucy de no denunciar la violación, que ella considera “un asunto puramente privado” “en esta época y en este lugar”. Pregunta: “¿Es alguna forma de salvación privada lo que intentas poner en pie? ¿Esperas expiar los pecados del pasado mediante tu sufrimiento del presente?” Lucy lo niega pero no da otra explicación. “La culpa y la salvación son meras abstracciones.” (Coetzee, 2002:143) Más adelante, los personajes retoman esta conversación y Lucy se vuelve más explícita:

—Lo hicieron con tanto odio, de una manera tan personal... Eso fue lo que más me asombró. Lo demás... Lo demás casi era de esperar. ¿Por qué me odiaban tanto? Yo ni siquiera los había visto en toda la vida. (...) 

—Fue la historia lo que habló a través de ellos —propone al fin—. Una historia llena de errores. Míralo de esa manera, puede que te ayude. Tal vez te pareciera algo personal, pero no lo fue. Fue algo heredado de los ancestros. (Coetzee, 2002:195)

El pesimismo y la impotencia, presentes en la cita con la que encabezamos este trabajo, es la tónica dominante en el discurso del narrador, voz escondida del protagonista y, quizás, del propio autor. El mensaje parece ser: los sujetos pueden cambiar sus posiciones de dominación, pero la dominación va a seguir. En la novela La edad de hierro (1990), ambientada en los últimos tiempos del apartheid, se percibe claramente la misma atmósfera de escepticismo. En el episodio del ataque sufrido por Lucy y David se invierte el peso de la segregación racial. La raza como signo al decir de Rita Segato, Lucy es blanca y eso basta para convertirla en objeto antagónico. Modonesi cita a Roux en un pasaje en el que señala que “la acción de los subalternos” está orientada a “una redefinición de vínculos sociales y su capacidad de poner en cuestión el orden normativo en que descansa una forma de dominación.” (2010:48) El gobierno sudafricano ya no está en manos de los blancos, habría que preguntarse si este cambio no es una “ilusión transformista del cambio en lo superficial en aras de garantizar la continuidad de fondo.” (Modonesi, 2010:49) En ese contexto, el bandolerismo sería una forma de rebelarse contra la superficialidad de los cambios. Dice Grosfoguel (2012:96): “Como tendencia, los conflictos en la zona del no ser son gestionados por la violencia perpetua y solamente en momentos excepcionales se usan métodos de regulación y emancipación.”

El bandidismo como forma de manifestar la rebeldía ya fue analizado por Hobsbawm en Rebeldes primitivos y en Bandidos

Perros

Los animales están presentes en muchas de las novelas de Coetzee. En La edad de hierro, perros y gatos acompañan a los personajes y el matadero de pollos en que trabaja el marido de la empleada de la protagonista está presentado con una impactante crudeza. 

En Desgracia, el mundo canino puede ser visto como una alegoría del mundo humano o simplemente como una manifestación del papel de los humanos en la Tierra,  cuyo desbalance de poder convierte a estos en administradores, amos, protectores y verdugos de las demás formas de vida. 

...hay perros: no son los perros de pura raza, bien cuidados, que custodia Lucy por temporadas, sino un hatajo de mestizos que llenan dos perreras hasta los topes, que ladran y aúllan, que gimen y dan saltos de pura excitación.

(...)

—El problema es que son demasiados —dice Bev Shaw—. Es imposible que lo entiendan, y tampoco tenemos manera de decírselo. Son demasiados, según nuestro criterio, que no es el suyo. Si pudieran se multiplicarían sin cesar hasta llenar la tierra. No creen que sea mala cosa tener camadas numerosas. Cuantos más cachorros, mejor. Y con los gatos pasa igual. (Coetzee, 2002:109)

Estas explicaciones darwinistas parecen aludir a la vida social donde los sujetos luchan por repartirse el espacio y la riqueza. “Hay demasiada gente, y muy pocas cosas.” dice el narrador, solo que en el caso de los animales existe una jerarquía que permite a Bev Shaw sacrificarlos amorosamente si nadie se hace cargo de ellos. Pero ¿qué pasa con los humanos? las jerarquías están en permanente discusión y nadie puede legítimamente asumir ese papel de ángel exterminador. Los seres humanos estamos librados a nuestro propio albedrío para organizar el reparto, a diferencia de los perros: 

—Son muy igualitarios, ¿verdad? —comenta—. Ahí no hay clases. Ninguno es demasiado poderoso, ni está tan por encima como para no pararse a olisquear el trasero de los demás. (Coetzee, 2002:109)

La libertad, la justicia, la asignación de roles sociales son principios que están en permanente conflicto. Una sociedad estable, con jerarquías preestablecidas, permite a los sujetos moverse entre determinados parámetros ya conocidos y conocer las posibles consecuencias. Cuando esta estabilidad se rompe, la libertad ofrecida es mayor, pero tiene un precio. El personaje de Lucy es una buena muestra: su perfil hippie, su voluntad férrea de permanecer en el campo, su renuncia a una pareja y su aceptación de pagar un precio por su osadía, revelan una actitud heroica dispuesta a sacrificar su bienestar por llevar adelante una idea. No se trata de una representante de un movimiento, es una actitud individual que tiene un evidente valor simbólico, ¿tiene también un valor de cambio social?

Rebelión y vida cotidiana

En La Edad de Hierro, la protagonista es testigo de los incidentes ocurridos en Gugulethu en 1986 en los que un grupo paramilitar integrado por africanos, los witdoeke, queman casas y atacan a sus pobladores. Allí encuentran los cadáveres de cinco muchachos asesinados, entre los que se encuentra Bheki, el hijo de Florence, la asistente doméstica de la protagonista. El golpe de realidad parece despertar a quien pertenece a un grupo privilegiado de la sociedad y que asumía ese estado de cosas como natural. 

En un episodio anterior se produce un diálogo entre Bheki y la protagonista 

—¿Por qué no queréis ir a la escuela?

—¿Para qué sirve la escuela? Para hacernos encajar en el sistema del apartheid.

(...)

...No me puedo creer que quieras que tu hijo esté en las calles matando el rato hasta que se termine el apartheid. El apartheid no va a morir mañana ni pasado mañana. Bheki está arruinando su futuro. 

—¿Qué es más importante, la necesidad de destruir el apartheid o que yo vaya a la escuela? (Coetzee, 2005:79)

Cada personaje tiene sus razones y su propia lógica. El dilema entre la misión histórica colectiva y la vida cotidiana individual emerge con fuerza cuando se percibe que cambios radicales están a la vuelta de la esquina. Los períodos insurreccionales absorben la atención de todos los que participan en él y que sacrifican sus vidas privadas en aras de un bien común. Los jóvenes rebeldes que vivieron en los años 60 y 70 en nuestro país y en otros de América latina estaban sometidos a ese mismo dilema. Si se vislumbra un cambio social inminente todo debe ser subordinado a esa lucha. Sin embargo, la vida sigue y entre los polos de heroísmo y sacrificio total y conformismo absoluto existen muchos grados. Algo parecido a lo que señala Umberto Eco cuando habla de “apocalípticos e integrados”. 

Subalternidades cruzadas

Leemos en Grosfoguel (2012:91)

El discurso racista biológico es una secularización en el siglo XIX del discurso racista teológico de Sepúlveda. Al pasar la autoridad del conocimiento en Occidente de la teología cristiana a la ciencia a partir de la Ilustración y la Revolución Francesa en el siglo XVIII, se transmutó el discurso racista teológico sepulvedano de «pueblos sin alma» en un discurso biologicista de «pueblos sin genes humanos». Lo mismo ocurrió con el discurso bartolomeniano que se transmutó de «pueblos bárbaros a cristianizar» en el siglo XVI hacia un discurso racista culturalista de «pueblos primitivos a civilizar» en el siglo XIX. 

Más allá de los discursos, el racismo surge como una justificación de una intención de sometimiento. Los africanos no fueron esclavizados por causa del racismo, éste surge como una explicación “racional” que libera la conciencia de la sociedad esclavizadora. La sola necesidad de justificación es un indicador de que la conciencia humana no acepta sin más ni más la crueldad sobre los iguales. Sin embargo, una vez construida la “razonabilidad” es sorprendente la facilidad con que se la naturaliza. 

Continúa Grosfoguel, desarrollando ahora el pensamiento de Fanon 

... el racismo es una jerarquía global de superioridad e inferioridad sobre la línea de lo humano que ha sido políticamente producida y reproducida como estructura de dominación durante siglos por el «sistema imperialista / occidentalocéntrico / cristianocéntrico / capitalista / patriarcal / moderno / colonial»  

El racismo es una jerarquía de dominación de superioridad/inferioridad sobre la línea de lo humano. Esta jerarquía puede ser construida/marcada de diversas formas. Las élites occidentalizadas del tercer mundo (africanas, asiáticas o latinoamericanas) reproducen prácticas racistas contra grupos etno/raciales inferiorizados, donde los primeros ocupan la posición de superioridad sobre los últimos. Por tanto, dependiendo de la historia local/colonial la inferiorización puede definirse o marcarse a través de líneas religiosa, étnicas, culturales o de color. (Grosfoguel, 2012:93)

Siguiendo a Boaventura de Souza Santos, Grosfoguel refiere a la llamada línea abismal entre dos zonas (grupos humanos), la zona del ser y la del no ser. El racismo funciona como un lenguaje que define quiénes están en una o en otra zona. 

... mientras en muchas regiones del mundo la jerarquía etno / racial de superioridad / inferioridad está marcada por el color de la piel, en otras regiones está construida por prácticas étnicas, lingüísticas, religiosas o culturales. La “racialización” ocurre por la marca de “cuerpos”. Algunos “cuerpos” son racializados como superiores y otros “cuerpos” son racializados como inferiores. (Grosfoguel, 2012:94)

De todos modos, dentro de cada una de estas zonas existen jerarquías de dominación y subalternidad ostensibles. Tanto la zona del ser como la del no ser son heterogéneas y estratificadas. En La edad de hierro, tanto Florence como su hijo y su amigo (todos africanos y militantes anti—apartheid) desprecian y actúan con crueldad con el vagabundo Sr. Vercueil a quien consideran escoria, borracho, holgazán. Mientras, la protagonista intenta “traducir” a su lenguaje civilizatorio lo que está ocurriendo. “Traducción” es un concepto que introduce De Souza Santos “La traducción es fundamental para establecer puentes entre diversos movimientos sociales.” (Grosfoguel, 2012:100) En la realidad narrativa en la que nos estamos apoyando, no se trata de puentes entre movimientos, sino, de comprender desde otro lugar. Los sistemas de dominación generan sistemas de pensamiento, pero los sujetos no necesariamente los aceptan en su totalidad. 

Conclusiones

La elección de material literario como punto de partida nos permite elaborar teóricamente sobre situaciones conflictivas verosímiles. Sudáfrica está lejos y Uruguay nunca vivió —desde la abolición de la esclavitud— sistemas discriminatorios que legitimaran la segregación. Sin embargo, sabemos que la sociedad igualitaria puede ser un proyecto, pero no es una realidad. Los ejes de creación de subalternidades (género, raza, clase) se entrecruzan y generan múltiples interrelaciones de dominación. No todos estos ejes tienen la misma fuerza discriminatoria. 

Las subalternidades generadas por razones económicas (clase) están asociadas al sistema capitalista que se sostiene sobre la división entre poseedores de capital y de trabajo. Mientras este sistema económico rija la economía mundial, existirán desigualdades económicas que podrían sintetizarse en la fórmula esquemática de explotados y explotadores. Sin embargo, la realidad social es mucho más compleja y dinámica. Hay asalariados muy pobres y otros muy ricos; hay pequeños empresarios al borde de la viabilidad y otros que acumulan riquezas inimaginables, en el medio de estas dos puntas hay una infinita variedad de situaciones; hay cuentapropistas autosuficientes, otros que apenas ganan para vivir; hay rentistas ricos, muy ricos y no tanto, que viven sin trabajar; hay desocupados crónicos dependientes de la seguridad social y muchas situaciones más. 

La movilidad social es funcional al sistema y hay quienes suben y quienes bajan. Se equivocan quienes pretenden que la movilidad es la demostración de que “los pobres son pobres porque quieren” y manejan un argumento meritocrático para justificar la justicia del sistema. No se dan cuenta de que la movilidad no eliminará la pobreza ni la exclusión. Simplemente -y no niego su importancia- permite que no vivamos en un sistema cerrado aristocrático o de castas. Pero también se equivocan aquellos que niegan la movilidad social por razones ideológicas, creyendo que aceptar la movilidad es dar por bueno el sistema capitalista con sus actuales características.  

No podemos negar que en las últimas décadas en nuestro país ha habido una masificación de la enseñanza media, un gran aumento de la población universitaria y que los niveles de consumo han aumentado. Esto no implica que, mientras esto ocurre, otros sectores de la población viven en la miseria con muy magros salarios o, peor aún, fuera de los circuitos formales de trabajo, vivienda y servicios sociales.  

Tanto en nuestro país como en el mundo, la concentración de la riqueza resulta alarmante, Piketty en El capital del siglo XXI sugiere que no debemos preocuparnos tanto por el 1% más rico sino por el 0,1%. Esto significa que también se concentra el poder y que la capacidad de gobierno está cada vez más subordinada a poderes económicos deslocalizados y muy difíciles de eludir. No parece posible aislar un territorio para construir allí un sistema económico que no esté encadenado con el resto.    

La discriminación racial supone un problema específico. La condición fenotípica (vulgarmente llamada raza) implica una barrera para el acceso a los bienes disponibles. Sin embargo, esta condición no parece inamovible: Barak Obama fue presidente de Estados Unidos, antes C. Rice y C. Powell fueron Secretarios de Estado; Evo Morales es presidente de Bolivia. ¿Cambió algo en los sistemas mundiales de dominación por esto? Pensamos que sí, por lo menos en el plano simbólico. En nuestro país, la condición racial de “no blanco” aparece asociada frecuentemente a subordinación económica y a falta de capital cultural como para acceder, por ejemplo, a estudios universitarios o a cargos de jerarquía social. Sin embargo, las cosas no son tan simples; un afrodescendiente que habla inglés y juega al basquetbol es diferente a uno no tan “negro” y que habla como “plancha”. No es lo mismo una piel oscura de un descendiente de africanos esclavizados que la de un indio (de India) que trabaja en Zonamérica; no es igual una mulata dominicana, empleada doméstica, que un mestizo ingeniero venezolano. 

En qué medida la racialidad y el racismo son la causa de la exclusión de los afrodescendientes o de aquellos con rasgos amerindios es un debate que no está resuelto. No conozco estudios etnográficos que demuestren o contradigan esta afirmación. Es cierto que las estadísticas indican claramente que la población afrodescendiente posee índices de exclusión mayores que la población “blanca”. El círculo vicioso se retroalimenta, en la medida que por su condición racial y socioeconómica tienen mayores dificultades para acceder a los bienes culturales y económicos, el estigma del “negro pobre” se acentúa. No obstante, la exclusión social no es patrimonio exclusivo de los “no blancos”. Aquellos que vienen de varias generaciones de vida marginal tienen enormes dificultades para salir del círculo de la exclusión. 

Otro aspecto de nuestra realidad social que me parece importante poner en discusión es la cuestión de la cultura de aquellos que van quedando por fuera de ciertos parámetros (acceso a la educación, acceso a bienes culturales, a trabajo formal, seguridad social, etc.). Las propias condiciones de vida van generando características culturales más o menos definidas y reconocibles (gustos musicales, variedades dialectales de lengua, formas de vestir y de presentarse, reglas de convivencia internas y externas, etc.). Resulta muy complicado establecer políticas y normas de comunicación que combatan las condiciones de exclusión y que respeten el mundo cultural del otro. ¿Podemos hablar aquí de sociedad multicultural? Hasta dónde podemos considerar como “una cultura” a un conjunto de reglas de comportamiento que surge como respuesta a una condición de subalternidad extrema y que podría volverse una coraza contra cualquier intento de romper estas barreras de exclusión. 

“Hay demasiada gente, y muy pocas cosas” decía el narrador de Desgracia, es obvio que no es así, por lo menos en Uruguay. La mano invisible del mercado no parece capaz de resolver el problema del reparto, especialmente cuando la publicidad se encarga de ofrecernos a todos un mundo “donde se puede lo que se quiere” y como suelen pregonar las ofertas de crédito, para qué esperar si lo puedo tener ya. En ese mismo párrafo de la novela, el narrador dice: 

Lo que existe ha de estar en circulación, de modo que todo el mundo tenga la ocasión de ser feliz al menos un día. (...) No es una maldad de origen humano, sino un vastísimo sistema circulatorio ante cuyo funcionamiento la piedad y el terror son de todo punto irrelevantes. (Coetzee, 2002:125)

El razonamiento es simple, si el sistema no logra establecer un reparto más o menos equitativo, se dispararán otros mecanismos que lo intentarán compensar. 

Resulta muy preocupante constatar que en un país de tres millones y medio de habitantes y que produce alimentos para diez veces más población, exista una realidad de exclusión social, en muchos casos territorializada en los llamados asentamientos irregulares, que más que solucionarse parece agravarse. Solo como ejemplo, citamos una nota aparecida hace pocos días en el diario El País. En ella se describe, además de las condiciones de vida de algunos habitantes de un asentamiento en particular, la violencia que se instala como habitual en un territorio “aparte” para usar la palabra que sirvió de título al famoso documental dirigido por Mario Handler (2002). 

Otro documental, recientemente estrenado, Tracción a sangre, ilustra también la realidad de aquellos que, realizando un trabajo productivo (reciclaje de residuos), afrontan condiciones de vida y trabajo claramente reñidas con los parámetros sociales mínimos para una sociedad como la nuestra. 

Considero que nuestra principal preocupación debería ser la barrera económica y cultural casi insalvable que separa a aquellos que tenemos acceso —con mayores o menores dificultades— a los bienes culturales y económicos, de aquellos cuyos hijos están condenados a permanecer excluidos de ellos. Todas las subalternidades son conflictivas y la sociedad debería intentar minimizarlas, pero aquellas que implican barreras insalvables resultan un desafío moral y una amenaza para la convivencia. No quisiéramos que Lucy se exponga como víctima expiatoria, no le hace bien ni a ella ni a sus violadores.  

Reflexión final

Para finalizar me permito hacer una reflexión final. Los seres humanos no somos tan igualitarios como los perros de Bev Shaw. Tampoco tenemos un ángel externo y poderoso que se encarga de decidir nuestra suerte, aunque mucha gente lo crea —y apelo a la polisemia de esta palabra— a su imagen y necesidad. Nuestro destino como especie está en nuestras manos y, de acuerdo al lugar que nos tocó, también el de la naturaleza y las demás especies. En este largo y breve camino desde nuestro surgimiento como especie y nuestro “éxito reproductivo” nos hemos organizado de diferentes maneras. Aunque cuestionemos el evolucionismo unilineal y mecanicista, no podemos negar que desde el pequeño grupo igualitario y autosubsistente a la compleja sociedad global contemporánea algo ha cambiado y esto no es un juicio de valor sobre uno u otro sistema. Las jerarquías y subalternidades aparecen como inevitables en sociedades de cierta dimensión. Con mayor o menor violencia, con más o menos consideración sobre la condición humana del otro, el establecimiento de rangos parece ser inherente a nuestra condición social, hasta ahora. 

Como el ángel de la Tesis IX de W. Benjamin y de acuerdo con la filosofía aymara, caminamos mirando hacia el pasado con el futuro a nuestras espaldas. Dice Benjamin (Löwy, 2012:101):

Donde se nos presenta una cadena de acontecimientos, él no ve sino una sola y única catástrofe, que no deja de amontonar ruinas sobre ruinas y las arroja a sus pies. (...) Pero desde el Paraíso sopla una tempestad que se ha aferrado a sus alas, tan fuerte que ya no puede cerrarlas. La tempestad lo empuja irresistiblemente hacia el futuro, al cual da la espalda, mientras que frente a él las ruinas se acumulan hasta el cielo. Esa tempestad es lo que llamamos progreso. 

Las ruinas, los “documentos de barbarie” y las maravillas del pasado están ante nuestros ojos, pero también somos sujetos creadores de utopías y cargamos en nuestra mochila un futuro imaginado. Algunos imaginamos ese futuro como un mundo con una mejor resolución de nuestras jerarquías. Hoy, quien discrimina o segrega siente la necesidad de justificarse, esa sola necesidad es un indicador de que los humanos ya no consideramos “natural” e inevitable esta segregación. Ya es un paso. Opresores y oprimidos somos víctimas de un sistema que obliga a unos a vivir defendiéndose y a otros luchando por un espacio vital. Cómo resolveremos ese y todas las amenazas que penden sobre la vida social y sobre nuestro planeta no lo sabemos. ¿Será posible equilibrar nuestra relación con la naturaleza y liberarnos de nuestro desenfreno consumista? ¿Podremos superar el individualismo al que parecemos estar condenados? ¿Superaremos los divorcios entre vida urbana y vida rural, entre trabajo intelectual y trabajo manual? No lo sabemos. Solo aspiramos a que pensar y pensarnos, mirar nuestro pasado e imaginar nuestro futuro, nos ayude a protegernos de la catástrofe.

Bibliografía

Coetzee, J. M. 2002, Desgracia. Barcelona, Random House Mondadori – De bolsillo.

Coetzee, J. M. 2005, La edad de hierro. Buenos Aires, Debolsillo

Grimson, A. 2011, Los límites de la cultura. Crítica de las teorías de la identidad. Buenos Aires, Siglo veintiuno.

Grosfoguel, R. (2012). El concepto de “racismo” en Michel Foucault y Frantz Fanon: ¿teorizar desde la zona del ser o desde la zona del no—ser? Tabula Rasa Nº 16: 79—102, enero – junio 2012, Bogotá. 

Hall, S., La cuestión multicultural. En Hall, S. (2010) Sin garantías. Bogotá, Envión editores.

Löwy, Michael (2012) Walter Benjamin: aviso de incendio. Una lectura de las tesis “Sobre el concepto de historia”. Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica. 

Modonesi, M. (2010) Subalternidad, antagonismo, autonomía. Buenos Aires, CLACSO. 

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