Francisco Faig, riqueza, envidia, impuestos
En los años 70, varios de mis hermanos mayores estuvieron presos por pertenecer a grupos políticos de izquierda. Una vez, siendo yo adolescente, una de mis abuelas -muy católica y conservadora- me dijo “fulano está preso por envidiar las casas de los ricos”. El argumento era bastante endeble porque la nuestra no era una familia pobre sino de clase media ilustrada, esa clase social de la que surgieron muchos de los militantes que intentaron ser revolucionarios en aquella época. Parece que esa concepción de que la envidia es el principal motivo para un pensamiento de izquierda sigue muy vigente, por ejemplo en Francisco Faig, que la plasmó envidiablemente clara en su columna del diario El País. No voy a discutir con él sobre el caso de su amigo afortunado y trabajador, no tengo por qué no creerle. La casuística permitiría justificar cualquier postura: hay quienes han hecho mucho con muy poco, otros que han perdido fortunas por desidia, e infinitos casos más, con orígenes y resultados muy dispares. Tampoco voy a discutir, como sí lo he visto en gente de izquierda, la existencia de la movilidad social. La economía capitalista se caracteriza, entre otras cosas, por eso; lo que no quiere decir que las condiciones en las que se larga la carrera sean neutras en el resultado. Un empujoncito al comienzo ayuda y ciertas limitaciones condicionan o, mejor dicho, condenan, a un pobre desempeño. Tampoco voy a caer en el lugar común de decir que todo afortunado lo es porque la suerte lo ayudó. Que la envidia existe, existe… pero nada tiene que ver con la injusticia ni, mucho menos, con los impuestos y quién los debe pagar.
El asunto está en dónde ponemos el foco. Concebir la desigualdad económica como un asunto de voluntad y pericia de algunos y de haraganismo y desidia de otros es no entender nada de cómo funciona la economía ni la sociedad. No quiero insultar a Faig tratándolo de ignorante, él sabrá por qué escribe lo que escribe.
El mundo no es una punta rocosa donde todos podemos ir a pescar (suponiendo que tenemos las herramientas para hacerlo) y lo que pesquemos dependerá de nuestra voluntad de llegar temprano y aguantar hasta más tarde, de nuestra pericia para encarnar y lanzar y, también, un poco, de la suerte. Mientras sigamos pensando que la generación de riqueza es una hazaña individual vamos a seguir teniendo los problemas de reparto que tenemos. Los impuestos no son un castigo sino un mecanismo de redistribución, por ahora, el único que tenemos, aunque nos resulten molestos e irritantes.
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