Evaluación curso Economía Política 2024
REFLEXIONES SOBRE MERCANCÍA Y VALOR
Marx comienza El Capital con la frase “La riqueza de las sociedades en que impera el régimen capitalista de producción se nos aparece como un “inmenso arsenal de mercancías” y la mercancía como su forma elemental.” (Marx, 1956:33) Si eso decía en 1867, ¿qué diría hoy si despertara en un Shopping Center?
Pocas cosas son tan representativas de nuestro mundo actual como un supermercado o un Centro Comercial. Góndolas llenas de mercaderías de distinta utilidad y precio, desde los más básicos quilo de harina o litro de leche hasta el sofisticado teléfono inteligente de alto valor. Objetos útiles y no tan útiles recorren miles de quilómetros antes de llegar al consumidor. La lista incluye, además, mercancías intangibles como servicios de todo tipo que colaboran a configurar el estatus del consumidor en el nivel que corresponda.
En el imaginario ideológico, todo está accesible, solo es cuestión de contar con el dinero necesario para acceder a tal o cual mercancía. Dante describe el Paraíso como el lugar “donde se puede lo que se quiere”. Nuestro capitalismo urbano occidental actual nos quiere convencer de que el mundo responde a esa definición. Todos podemos acceder a todo si hacemos lo necesario, si ponemos las ganas y la energía suficiente. El deporte de alta competencia (tanto en sus versiones olímpicas como paralímpicas) es utilizado como metáfora de esa concepción.
Lejos estamos (por lo menos en nuestro país) de las primeras etapas del capitalismo donde los derechos laborales brillaban por su ausencia, donde niños, mujeres y hombres padecían jornadas laborales que convertían su vida en un corto pasaje por un mundo hostil y con pocas compensaciones. En el presente, la existencia de una enorme masa de personas que, mediante la venta de su fuerza de trabajo o de su ejercicio como capitalista pequeño o mediano, obtiene acceso a múltiples mercancías por encima de sus niveles de supervivencia, disimula o atempera la percepción de las desigualdades, pero no las hace desaparecer (Piketty,2014:463-464). Y, al mismo tiempo, cada vez quedan más a la vista los efectos de un sistema que precariza y excluye, obligando a muchos a vender muy barata su fuerza de trabajo en jornadas largas, y a otros muchos a quedar fuera, ya no como “ejército de reserva” sino como simples sobrantes, entreverados con economías informales o directamente delicuenciales, consumos problemáticos, alteraciones en la adaptación social que se manifiestan en la salud mental. La punta más visible, molesta e irritante para el ojo vecinal son las elegantemente llamadas “personas en situación de calle”. A nivel global, Foladori y Melazzi (2009:79ss) brindan ejemplos elocuentes de la convivencia simultánea de mundos “civilizados” con derechos laborales establecidos y más o menos respetados, con sistemas de despojo, esclavitud o semi esclavitud desparramados por todo el planeta.
Fijar nuestra mirada y nuestro pensamiento sobre ese objeto de deseo llamado mercancía nos remite a las reflexiones de Marx y nos puede permitir comprender un poco mejor cómo funciona la relojería del sistema en el que estamos inmersos.
En ninguna época, el consumo estuvo tan lejos de la producción. Esta lejanía no es solo geográfica sino cultural. (Graeber,2018:124) Esta distancia resulta enajenante para el consumidor con respecto al objeto consumido de la misma manera que lo es para el trabajador que participa del proceso de producción distanciándose de la fuente de su materia prima y del producto final. La actual crisis ambiental no es ajena a este fenómeno de distanciamiento donde la única responsabilidad de las personas es pagar o cobrar por lo que venden o compran.
Los objetos adquieren valor de uso práctico pero también valor simbólico, mientras que su historia productiva se esfuma escondida detrás de un precio y una marca, fetichismo en palabras de Marx: “...Lo que aquí reviste, a los ojos de los hombres, la forma fantasmagórica de una relación entre objetos materiales no es más que una relación social concreta establecida entre los mismos hombres.” (Marx, 1956:62)
Los objetos producidos (materiales o no) tienen una utilidad y por lo tanto un “valor de uso” que brota de su “materialidad”. Esta última palabra puede ser confusa ya que la materialidad no es necesariamente física. No todos los objetos que tienen valor de uso son mercancías. Consumimos aire todo el tiempo y calor proveniente del sol sin comprárselo a nadie. Nos llegan a nosotros sin que medie ningún vendedor ni siquiera es necesario el trabajo humano para su consumo. Otros productos del trabajo humano tampoco son mercancías: los cuidados intrafamiliares, una comida preparada en casa sin la mediación de trabajo asalariado, la leña que recolecto en el baldío de enfrente, los limones que recojo del árbol del fondo y el perejil que tengo plantado en el balcón, el paseo por la playa; poseen valor de uso pero no valor de cambio. Este último implica una relación cuantitativa entre objetos, mediada por el dinero como medida comparativa de valor. Precio y valor no son lo mismo aunque en el conjunto, el primero no puede ser inferior al segundo. El antropólogo anarquista David Graeber postula una interesante y curiosa teoría sobre el dinero y la deuda. Imagina las relaciones sociales como una red de deudores y acreedores: “La siguiente pregunta es obvia: si el dinero es una vara de medir, ¿qué mide? La respuesta era sencilla: deuda.” (Graeber, 2011:38)
La fuerza de trabajo adquiere una importancia como mercancía y medida de valor. La cantidad de trabajo “socialmente necesario” para producir un objeto es lo que permite medir la magnitud de su valor, siempre y cuando el objeto producido sea intercambiable. “Lo que hace singular al capitalismo, sostenía (Marx), es que es el único sistema en que el trabajo -una capacidad del ser humano de transformar el mundo, sus poderes de creatividad física y mental- puede ser comprado y vendido.” (Graeber, 2018:111) La mercantilización de gran parte de la vida humana es la marca del capitalismo. La privatización de la tierra (entendida en sentido amplio) despojó históricamente a las personas de su fuente de sustento y las obligó a vender su fuerza de trabajo. Convertida en mercancía, permite al capitalista, pagar un precio que permita su reproducción, pero obtener de ella un mayor valor. Este mayor valor tiene una función múltiple: 1) permite que el proceso productivo se amplíe en cada ciclo al aumentar el valor invertido en capital constante y variable; 2) destinar una parte extraída mediante impuestos al cumplimiento de funciones estatales de preservación del sistema (leyes, ejército, policía, etc.) y en parte a contribuir mediante servicios al mantenimiento y reproducción de la fuerza de trabajo (educación, salud, transporte, seguridad social) y 3) a aumentar las capacidades de consumo de la clase capitalista. Esta última función es la que hace ostensible la desigualdad. El capitalismo actual tiene, en este aspecto, algunas complejidades en la percepción de las clases sociales y sus luchas e intereses contrapuestos. La tendencia a la concentración del capital a nivel internacional en grupos oligopólicos o monopólicos que ejercen un poder imperial en consonancia con los estados más poderosos o compitiendo con ellos, tiene su contracara en una multitud de medianos y pequeños empresarios. No es raro encontrar personas asalariadas cuyos ingresos y nivel de vida superan al de muchos de estos “capitalistas”. Incluso, una característica reciente es la precarización consistente en la conversión de asalariados en “empresarios”. Este ocultamiento de la relación de dependencia laboral mantiene al trabajador como explotado pero le priva de algunos de los derechos laborales. Esta heterogeneidad de situaciones laborales y su dispersión dificulta la lucha por la mejora de las condiciones laborales. Por ejemplo, si se quisiera reducir las jornadas laborales para mejorar la calidad de vida de los trabajadores y, al mismo tiempo, bajar los niveles de desocupación. En el caso de los “empresarios-asalariados” el efecto sería nulo; muchos pequeños empresarios con pocos empleados verían comprometida su supervivencia (entre otras razones porque la productividad no está asociada con la producción de objetos sino con horarios que es necesario cubrir); otros trabajadores considerarían que su salario es insuficiente y aprovecharían la reducción para duplicar su jornada laboral, como ya ocurre en muchos casos en nuestro país, por ejemplo, en el rubro de la salud. De esa manera, el efecto podría ser el contrario al deseado. Son las paradojas de un sistema que ha demostrado tener una gran capacidad de reinventarse. Aunque la lucha de clases se enreda en la compleja telaraña de la globalización, el sistema muestra sus vulnerabilidades en el sometimiento de las necesidades humanas a la mercancía y no al revés. En conclusión, derivé el tema de la mercancía y valor hacia la fuerza de trabajo porque considero que resulta un nudo en el manejo de la lucha de clases para la mayoría de los trabajadores, mientras los grandes capitalistas juegan su partido en otras canchas sin tanta molestia.
DINÁMICA ECONÓMICA DEL URUGUAY DE HOY, ALGUNOS TRAZOS
Uruguay sufrió, después del fracaso del proceso de industrialización por sustitución de importaciones, la dictadura y, posteriormente, la ola neoliberal que dominó la economía en gran parte del mundo. La rebaja de salarios durante el gobierno cívico militar fue parcialmente revertida en los períodos siguientes. Sin embargo, la destrucción de fuentes de trabajo industriales y la privatización parcial de servicios públicos modificó las condiciones económicas del país. La burguesía nacional cedió terreno a capitales extranjeros que se apropiaron de tierras y empresas, pasando a dominar gran parte de la economía nacional. La matriz exportadora de materias primas no se modificó, pero los productos principales pasaron a ser la carne, la soja y la celulosa. El principal socio comercial es ahora China y los productos importados copan el mercado interno. Sus precios resultan inalcanzables para la industria nacional: vestimenta, calzado, productos electrónicos, objetos de uso doméstico recorren miles de quilómetros para exhibirse en las góndolas de los supermercados.
Hace un siglo, José Carlos Mariátegui describía los efectos de la acumulación y ampliación del sistema capitalista para Perú. Por un lado, destruye los sistemas tradicionales al incorporar la mano de obra y los recursos naturales a las necesidades de la metrópoli y, al abandonar deja en el desamparo lo que antes había cobijado bajo sus reglas:
“La economía del Perú es una economía colonial. Su movimiento, su desarrollo están subordinados a los intereses y a las necesidades de los mercados de Londres y Nueva York. Estos mercados miran en el Perú un depósito de materias primas y una plaza para sus manufacturas. (...) El día en que Londres pueda recibir un producto a mejor precio y en cantidad suficiente de la India o del Egipto, abandona instantáneamente a su propia suerte a sus proveedores del Perú.” (Mariátegui,2010:63)
¿Pueden aplicarse estas reflexiones al Uruguay de hoy? El concepto de colonial ya no responde a los viejos esquemas, aunque sí persiste la denotación de dependencia que el concepto supone. No hay una metrópoli que da las órdenes directas, pero sí, una división internacional del trabajo en la que cada región se inserta y a la que resulta muy difícil escapar. (Alonso et al, 2023:30) ¿Qué ocurriría si China encontrara una mejor alternativa que la soja para su alimentación animal? ¿o si se desarrollara la industria de la carne sintética (Alonso et al,2023:58) como tanto temen los ganaderos uruguayos? Es innegable la dependencia de la economía doméstica de los ciclos internacionales de precios y de su inserción en las cadenas internacionales de valor. La extranjerización de la economía se verifica en la propiedad de la tierra y de las grandes empresas (Alonso et al,2023:49ss). De esa manera los capitales extranjeros asumen el control de las principales cadenas de producción o comercialización, tanto las dedicadas a la exportación como las que abastecen el mercado interno: los frigoríficos que industrializan la producción ganadera, los molinos arroceros, las fábricas de bebidas, cadenas de supermercados o farmacias, etc. La inversión extranjera directa aumenta su volumen y alimenta de dólares al mercado interno a la vez que lo hace vulnerable a los ciclos económicos y a los sistemas de decisión empresarial de grandes conglomerados trasnacionales. El ejemplo más significativo es la industria de la celulosa con sus grandes plantaciones que “exportan” madera hacia zonas francas donde se industrializa para su envío al exterior.
En este sentido, Uruguay comparte características con los países exportadores de materias primas que tienen alta rentabilidad y baja productividad. (Alonso et al, 2023:45,51,53) Esta rentabilidad está basada en las ventajas comparativas que ofrece la naturaleza. La modernización de las técnicas agrícolas y ganaderas contribuyen a mejorar la productividad. Sin embargo, no parece ser en esa cancha donde se compite por la productividad a nivel mundial. La rentabilidad agraria fortalece las ganancias de los productores y asegura la renta de la tierra aunque la dependencia tecnológica de los grandes capitales internacionales continúa. La renta, antes monopolizada por familias locales hoy debe repartirse con propietarios de tierra extranjeros.
En resumen, una economía vulnerable a los ciclos de precios de materias primas, dependiente de centros de decisión internacionales y que tampoco ofrece mano de obra barata disciplinada y abundante para la instalación de plantas industriales de las grandes marcas. ¿Qué tanto puede hacer el Estado para controlar la situación? Los gobiernos llamados progresistas aprovechan la abundancia de la renta para mejorar el reparto interno y los conservadores ajustan cuando es necesario. ¿Es tan mecánica la dinámica?
En lo interno, parece que la economía absorbe parte de los frutos de la rentabilidad de la producción primaria a través de la sobrevaloración del peso. Sectores sociales acceden a altos niveles de consumo mientras que una superpoblación relativa sobrevive con trabajos precarios, informales o ilegales. Esta parte de la población “produce” pobreza infantil con las consecuencias de deterioro de las condiciones educativas y su invalidación futura para destinos laborales más formales y rentables. Se forman así bolsones de población que ya no funcionan ni siquiera como ejército de reserva y se vuelven descartables. El porcentaje de personas privadas de libertad y en situación de calle son indicadores de esta realidad.
Se escuchan discursos que mencionan la industria del software y el nivel de la investigación científica como condiciones auspiciosas pero todo parece indicar que es una carrera perdida desde la largada. La baja densidad demográfica y los bajos niveles de crecimiento poblacional que tanto preocupan a algunos políticos, ¿podrán convertirse en una ventaja comparativa en un mundo que puede sufrir catástrofes climáticas y necesidades espaciales en cualquier momento?
LA ACUMULACIÓN DEL CAPITAL Y SUS IMPLICANCIAS
El filósofo japonés Kohei Saito, investigador de los textos inéditos de Marx y partidario del “comunismo decrecentista” sentencia:
“Nada frena la voracidad del capitalismo. Hasta el agravamiento de la crisis ambiental, como el cambio climático, se convierte en una oportunidad de sacar tajada. Si aumentan los incendios forestales, se venden más seguros; si hay una plaga de saltamontes, se venden más insecticidas; aunque los efectos secundarios de las tecnologías carcoman la Tierra, es igualmente una oportunidad de negocio para el capital. Es el capitalismo del desastre.” (Saito,2022:98)
Esta caracterízación del capitalismo contemporáneo ¿es una derivación de la acumulación del capital? Según Marx (1956:493), parte de la plusvalía se incorpora al capital originario, lo que desencadena un proceso indefinido de crecimiento, de mayor demanda de mano de obra, materias primas y mercados en los que vender lo producido.
El proceso comienza con la que él llama “acumulación originaria” que “no es, pues, más que el proceso histórico de disociación entre el productor y los medios de producción. Se la llama “originaria” porque forma la prehistoria del capital y del régimen capitalista de producción.” (Marx,1956:574).
Rosa Luxemburgo (1967) señala que ese “pecado original” se sigue cometiendo para permitir que los procesos de acumulación continúen su curso. El sistema necesita ampliar su búsqueda de recursos y de consumidores avanzando sobre poblaciones que, en principio, no estaban sometidas a las leyes del capital. Estos procesos se realizan con más o menos violencia según los casos. El concepto de formaciones “precapitalistas” parece quedar perimido al referirse a poblaciones o sociedades que, a pesar de no estar incluidas en las bondades del sistema de salario y consumo, son funcionales a la dinámica del sistema. En la actualidad existen ejemplos de regiones del mundo con sistemas de explotación cuasi esclavistas o de alta informalidad y poca regulación estatal que son necesarios para proveer a la gran industria. La minería en algunos países africanos puede ser un buen ejemplo extremo. Habría que preguntarse en qué medida las estructuras de economía ilegal asociadas a la venta y distribución de drogas, armas y trata de personas juegan también un papel en la acumulación del capital y en un desahogo para la superpoblación relativa que encuentra en esas actividades una vía de salida para su supervivencia.
Harvey (2007) incorpora el concepto de “acumulación por desposesión” que “puede tener lugar de muchas formas diferentes, y en su modus operandi hay mucho de contingente y fortuito.” (p. 119) La sobreacumulación libera activos, incluida fuerza de trabajo, a costo bajo. Estos activos avanzan sobre recursos minerales o energéticos, o sobre servicios antes públicos privatizándolos, o aprovechan circunstancias históricas como la caída del régimen soviético o la apertura de China.
Foladori y Melazzi (2009:75 ss.) señalan como único objetivo de la acumulación el aumento de la tasa de ganancia. Diferencian acumulación extensiva de intensiva. La primera implica el avance sobre sociedades o grupos sociales no capitalistas y el aumento de la explotación de recursos naturales. Nuevas poblaciones son sometidas al mercado de consumo y salario y vastas áreas de la naturaleza resultan saqueadas casi (o sin casi) hasta el exterminio. La salarización de actividades no salarizadas o sobre áreas de la vida social no sometidas a las leyes del mercado también resultan formas extensivas de acumulación.
Harvey (2021:110-111) ejemplifica con la privatización y sometimiento a las leyes del mercado de bienes culturales.
“El saqueo de historias culturales, la recolección y exhibición de objetos únicos y el mercadeo de lugares como entornos de algún modo únicos (...) Es una apropiación de la creatividad y de las formas culturales afectivas por el capital, y no una creación directa del propio capital.”
La acumulación intensiva consiste en la creación de nuevas necesidades de consumo y un aumento consecuente de la división del trabajo. Mediante la acumulación se aumenta la concentración y centralización del capital. Paradójicamente se produce una dispersión geográfica de la producción mediante la creación de cadenas de valor internacionales y un aumento de los trabajos “no salarizados” individuales, muy precarizados y vulnerables. Foladori y Melazzi (2009:86) mencionan, entre otras, a la empresa uruguaya Metzen y Sena como ejemplo de monopolio. Hoy, la empresa ya no existe y el mercado de sus productos está totalmente copado por empresas importadoras. Lo mismo ha ocurrido con muchas industrias provenientes del proceso de industrialización por sustitución de importaciones.
La acumulación y su consecuente concentración del capital tienen consecuencias sobre la fuerza de trabajo, sobre el capital y sobre el ambiente. Los trabajadores se ven sometidos a vaivenes que precarizan su condición y los obligan a desplazarse o buscar continuamente el sustento en otras áreas. El capital se concentra y centraliza creando fortunas que se manejan en el mundo financiero con mayor poder económico que muchos estados y su consecuente peso político. El ambiente sufre por la sobreexplotación de algunos de sus recursos (extinción de especies, desaparición de biomas imprescindibles para mantener la diversidad y el equilibrio climático). Al mismo tiempo, el aumento poblacional de las últimas décadas, el aumento de la oferta de mercaderías y su traslado a grandes distancias provoca contaminación, tanto de la atmósfera por emisiones, como del suelo y del agua por la multiplicación de residuos de difícil recuperación provenientes, entre otros motivos, de la rápida sustitución de tecnologías y la cultura del use y tire. Bellamy Foster llama “ruptura metabólica” a este proceso desequilibrante de la relación entre humanos, seres vivos y mundo mineral.
Esta compleja realidad crea conflictos entre la tradición marxista-socialista de que es necesario pasar por procesos de incorporación a la producción de tipo capitalista para poder avanzar hacia nuevas relaciones de producción y distribución y la resistencia de aquellos grupos sociales que se sienten vulnerados en sus derechos de mantener su economía y modos de vida tradicionales. En América latina sobran los ejemplos: las represas y obras de infraestructura que alteran y desplazan a poblaciones nativas, la desforestación en la Amazonia, etc. Harvey, (2007:135) lo resume:
Destrucción del hábitat aquí, privatización de los servicios allá, desposesión de la tierra acullá, biopiratería en este u otro lugar: cada una de estas iniciativas genera su propia dinámica. La tendencia apunta, pues, a buscar formas organizativas ad hoc y más flexibles que puedan construirse en la sociedad civil para responder a tales luchas. Todo el campo de la lucha anticapitalista, antiimperialista y antiglobalización se ha visto así reconfigurado, y se ha puesto en movimiento una dinámica política muy diferente de la tradicional.
Bellamy Foster (2004:252) rastrea en Marx el concepto de “fractura metabólica” como efecto inevitable del sistema de explotación capitalista:
“Insistir en que la sociedad capitalista a gran escala ha creado esta fractura metabólica entre los seres humanos y el suelo era considerar que se habían violado las condiciones de la sostenibilidad impuestas por la naturaleza. "La producción capitalista -observa Marx- sólo repara en la tierra después de que sus efectos la hayan agotado, y tras haber devastado sus cualidades naturales".
Esta dinámica parece fuera de control mientras el capital, cada vez más concentrado en el mundo financiero (el casino como lo llama Chomsky) solo apunta a su multiplicación. Habría que preguntarse en qué medida es capaz de manejar esta tendencia suicida al poner en peligro la propia supervivencia de la civilización humana y generar situaciones sociales de desigualdad extrema que hacen imposible la convivencia armónica y que ponen en riesgo el propio disfrute de la riqueza por parte de sus poseedores.
EL MARXISMO Y LAS RELACIONES INTERNACIONALES
En las primeras décadas del siglo XX, muchos marxistas y sus organizaciones se dejaron llevar por la visión dominante de los conflictos internacionales y afiliaron a los nacionalismos y el espíritu guerrerista. En el mundo de hoy resulta difícil asumir una perspectiva crítica que tenga en cuenta las relaciones sociales que subyacen a los grandes conflictos para entender dónde y en manos de quién está el poder. Salir de la perspectiva de las “relaciones internacionales” y asumir una postura desde la “economía política internacional” es incorporar las ideas de Marx y sus principales seguidores, no como dogma, sino como metodología de análisis. La incorporación del concepto de hegemonía desde el punto de vista gramsciano ayuda a entender la interacción entre las relaciones sociales y económicas y los marcos ideológicos justificatorios de una u otra realidad o postura.
Tanto Marx como Lenin y Rosa Luxemburgo partían de la base de que el sistema capitalista no podía existir al interior de las fronteras nacionales sino que su campo de acción es mucho más amplio y tiende a expandirse a todos los rincones habitados del planeta. Sin hacer ciencia ficción, parece que, por lo menos, la Luna y Marte ya están en el horizonte de quienes tienen capacidad de tomar decisiones económicas. La dinámica de la acumulación, ya explicada en otra respuesta, arrastra a todas las sociedades humanas y los estados nación, aunque son creaciones típicas del mundo capitalista tienen un papel limitado en la determinación del rumbo de los juegos de poder y en la distribución de los roles en la economía. Poulantzas “analizó de forma rigurosa a las clases sociales como categoría analítica y al estado durante la fase del capitalismo monopolista-imperialista, al que entiende como la “condensación material” de relaciones entre clases y fracciones de clases sociales.” (Rodríguez Díaz, 2024:43)
La ley del desarrollo desigual y combinado proveniente de la tradición trotskista permite comprender que las desigualdades y los desniveles en el crecimiento y desarrollo de las diferentes regiones o grupos sociales no responde a un “retraso” de unos con respecto de otros, sino que todos forman parte del mismo sistema y son funcionales unos a los otros.
Las estructuras políticas y las relaciones económicas no caminan por carriles separados.
“Esta escisión tajante entre estas esferas será rechazada por Marx ya que encubre la verdadera interdependencia estructural entre ambas, reforzando la idea de un estado soberano que estaría por encima de los intereses de clase, aceptando de esta manera las relaciones de alienación que son la base del sistema capitalista.” (Vigevani et al., 2011, p. 114 en Rodríguez Díaz,2024:43-44).
El mercado mundial establece una división internacional del trabajo que integra a cada región en cadenas globales de valor y condiciona las capacidades de decisión política de cada estado nación limitando su poder a ciertas reglas de distribución internas y al favorecimiento de ciertos sectores de la economía.
“La hegemonía será definida en términos de fuerzas sociales transnacionales vinculadas al proceso de globalización y a un bloque histórico global emergente, dirigido por una clase capitalista transnacional y no tanto por un estado o un grupo regional integrado por estados. Desde esta perspectiva, el estado debe ser visto como vehículo o instrumento para la consecución de los intereses de la clase dominante.” (Rodríguez Díaz,2024:48)
Las capacidades materiales, ideas e instituciones interactúan conformando la realidad social, desterrando el prejuicio que se suele atribuir al marxismo de una relación mecánicamente determinista entre superestructura con respecto de la infraestructura.
Cox (2013) analiza la realidad en la interacción de estos tres niveles y señala que
“el método de las estructuras históricas se aplica a los tres niveles o esferas de actividad: (1) la organización de la producción, más particularmente en relación a las fuerzas sociales engendradas por el proceso de producción; (2) las formas de estado como deducidas del estudio de los complejos estado/sociedad; y (3) los órdenes mundiales, esto es, las configuraciones particulares de las fuerzas que sucesivamente definen la problemática de la guerra o la paz para el conjunto de estados.” (p. 145)
Cómo entender la realidad actual con una mirada crítica aplicando estos criterios es un desafío. Basta escuchar o leer la sección internacional de los medios de prensa para percibir cómo se estructuran los discursos sobre los conflictos en curso: democracia contra terrorismo, mundo occidental civilizado contra autoritarismo ruso; mundo libre y progresista contra oscurantismo islámico; libre comercio y pluralismo contra partido único chino; son algunas de las antinomias que aparecen con frecuencia sesgando la comprensión de las verdaderas causas. Se cuestionan las llamadas “cancelaciones” de los debates pero se cancela fácilmente como “antisemita” a cualquiera que cuestione la política guerrerista y colonial del estado de Israel. Así opera el pensamiento hegemónico.
Cómo se van a reestructurar las relaciones internacionales en un “nuevo orden internacional” (si es que existe tal cosa) y cuál va a ser el modelo que sustituya a la “Pax americana” no está todavía muy claro. La escandalosa concentración de la riqueza y la capacidad de manejar los hilos por parte de grupos económicos con más poder que muchos estados seguramente producirá un nuevo estado de cosas, no sabemos si será una “Pax China” o una “PA-X” ya sea que X u otros poderes económicos similares definan el rumbo.
Hay posturas marxistas bastante ortodoxas como la del uruguayo Juan Grompone que consideran que el desarrollo tecnológico llevará de por sí al capitalismo hasta sus límites y que en unas pocas décadas el mundo se verá enfrentado a un colapso y al nacimiento de un nuevo orden social. (Grompone,2014)
Otras posturas como las corrientes decrecentistas (Kohei Saito, por ejemplo), consideran que el capitalismo está arrastrándonos al colapso ambiental y que si no se aplica el “freno de emergencia” del que hablaba W. Benjamín la humanidad podría desaparecer.
La reestructuración de los sistemas de producción con las tecnologías de la información, inteligencia artificial, robótica, etc. constituye un desafío para la organización del trabajo, permitiendo, en teoría, que toda la población humana acceda a bienes de consumo trabajando mucho menos o, lo más probable, que algunos accedan al mundo del trabajo y del consumo mientras porciones enteras de la humanidad sean consideradas sobrantes y descartables.
Referencias bibliográficas
Alonso, R., Geymonat, J., Oyhantçabal, G. (comps.) (2023) Uruguay for export. Capital extranjero y declive del empresariado nacional. Montevideo: Ediciones del Berretín.
Bellamy Foster, John. (2004). La ecología de Marx. Materialismo y naturaleza. España: El viejo topo.
Cox, R. (2013-2014) Fuerzas sociales, estados y órdenes mundiales: Más allá de la Teoría de
Foladori, G. y Melazzi, G. (2009) La economía de la sociedad capitalista y sus crisis recurrentes. Montevideo: Universidad de la República.
Graeber, D. (2011). En deuda. Una historia alternativa de la economía. Barcelona: Ariel
Graeber, D. (2018). Hacia una teoría antropológica del valor. La moneda falsa de nuestros sueños. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Grompone, J. (2014) La danza de Shiva. Libro V. La construcción del futuro. Montevideo: Fin de Siglo.
Harvey, D. (2007) El nuevo imperialismo. Madrid: Akal.
Harvey, D. (2021) Espacios del capitalismo global. Hacia una teoría del desarrollo geográfico desigual. Madrid: Akal.
Mariátegui, J.C. (2010). 7 Ensayos de interpretación de la realidad peruana. Lima: Impacto Cultural Editores.
Marx, C. (1956) El Capital. Crítica de la Economía Política. Buenos Aires: Cartago.
Piketty, T. (2014). El capital en el siglo XXI. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
Relaciones Internacionales. En: Relaciones Internacionales Número 24 • Octubre 2013 - Enero 2014. Grupo de Estudios de Relaciones Internacionales (GERI) – UAM.
Rodríguez Díaz, J.D. (2024) Marxismo, materialismo histórico y teorización crítica: un reto evadido en las relaciones internacionales. En: Relaciones Internacionales. Número 56 • Junio 2024 - Septiembre 2024. Grupo de Estudios de Relaciones Internacionales. Universidad Autónoma de Madrid.
Saito, K. (2022). El capital en la era del Antropoceno. Barcelona: Penguin Random House Grupo Editorial.
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