DONDE OTROS VEN INDIOS, ARGUEDAS VE GENTE
SEMBLANZA DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS
En 1892 nació César Vallejo; en 1894, José Carlos Mariátegui; en 1909, Ciro Alegría; en 1911, José María Arguedas. Todos en el Perú. El primero poeta, quizás el mejor poeta latinoamericano del siglo XX, pero también autor de algunos relatos como El Tungsteno, en el que denuncia la opresión sufrida por los mineros. El segundo, pensador, que desde el marxismo logra trascender el esquema simplista de la lucha de clases para integrar al campesino indígena peruano con un protagonismo particular en el destino de su país. Ciro Alegría, autor indigenista, cuya novela El mundo es ancho y ajeno denuncia la opresión que sufren las comunidades indígenas. Hace muchos años que lo leí y no lo tengo a mano para releer ahora. Sin embargo, hay cierta idealización en este indigenismo, cierto mirar desde fuera. Y aquí está la diferencia. José María Arguedas nos muestra un mundo indígena desde su interior. El desgarramiento interior del escritor, su hipocondría, su sentimiento de abandono, su inestabilidad psicológica, su historia de alternancia desde la batea de amasar el pan donde dormía en la cocina de los indios hasta el comedor dominguero de su familia; desde un pueblo al otro junto a su padre y su hermano; su desarraigo como serrano quechuahablante en los colegios de la costa, se subliman en un lenguaje único para revelar un mundo social injusto y complejo como el que encarna Crispín Antolín, personaje de El zorro de arriba y el zorro de abajo (pp. 92-93):
El humo de las fábricas, el griterío de los vendedores de fruta, comidas, sánguches, maní, que tenían sus puestos en las aceras de las calles o al pie de los muros que cercaban las fábricas; el flujo de los colectivos y triciclos que pasaban y volvían bajo los remolinos de humo; el desfile, en grupos o a solas, de los pescadores que se iban del muelle y montaban en los colectivos o se detenían a devorar anticuchos, sánguches, fruta; el ladrido de los perros en las barriadas, todo eso se constreñía, también como relampagueando, en la guitarra de Crispin Antolín que seguía cantando en su casa de la Esperanza Baja, sentado en la misma silla. Ciego flaco, jovencito, había bajado, cierto, nieves, cumbres, precipicios, desde su pueblo, tras de la Cordillera Blanca, hasta la línea del tren que corre por el endemoniado cañón del río Santa. Tocaba en los mercados y cerca de los muelles. Oía la luz de la isla, el zumbar de la tráquea humana de donde sale el hablar de cada quien, tal como es la vida. Así, su guitarra templaba la corriente que va de los médanos y pantanos encrespados de barriadas al mar pestilente, de la ecosonda a la caldera, al polvo de la carretera.”
José María Arguedas nace en una familia privilegiada, criolla, de Andahuaylas, en la zona serrana del Perú. Su madre muere cuando él tenía tres años y su padre, abogado, es trasladado a otra provincia y se vuelve a casar, también con una mujer de la aristocracia terrateniente. José María, que había quedado con sus abuelos, va a reunirse con él y su nueva esposa a Puquio. En 1920 su padre pierde su trabajo de juez por discrepancias con el gobierno de Leguía y debe comenzar a trabajar como abogado litigante recorriendo los pueblos. José María se llevaba muy mal con su madrastra y su hermanastro y era enviado a vivir con los indios trabajadores de la hacienda, volvía a su casa esporádicamente cuando el padre los visitaba. El quechua se vuelve su lengua casi materna y la convivencia con los indios y con la naturaleza lo marcan para siempre, este es su mundo de referencia afectivo. Realiza largos viajes terrestres recorriendo pueblos, acompañando a su padre y a su hermano.
En 1921 escapa de su casa junto a su hermano Arístides y viven dos años en una hacienda. Allí conviven con una comunidad campesina de comuneros libres. Fueron años de aprendizaje sin escuela. Confiesa en un Prólogo a Agua y Diamantes y pedernales: “Mi niñez transcurrió en una de esas aldeas en que hay 500 indios por cada terrateniente. Yo comía en la cocina con los “lacayos” y “concertados” indios, y durante varios meses fui huésped de una comunidad.” (Arguedas, 1977: 18-19)
Posteriormente continúa sus estudios en Abancay y le va bien. Luego se traslada a la costa y queda interno en un colegio en Ica. Allí siente el desprecio por su condición de “serrano” y se desafía a demostrar a los curas que un serrano también puede ser el mejor de la clase. En 1929, después de viajar junto a su padre, pasa a Lima y termina sus estudios secundarios como estudiante libre ya que viajaba mucho al interior y faltaba a clase.
Estudió Letras en San Marcos, comenzó a escribir, leyó a Mariátegui. No tenía militancia política pero estuvo unos meses preso por participar en una manifestación antifascista.
Trabajó como docente y aprovechó sus múltiples recorridas para registrar canciones folclóricas en quechua, las que recopiló y tradujo. Este trabajo como folclorista anticipa en parte su interés por la etnología, materia que estudia formalmente cuando tenía más de cuarenta años. Realizó y publicó varios trabajos etnográficos, pero estos nunca tuvieron la misma difusión (por lo menos, fuera de Perú) que sus textos literarios. Es contemporáneo del llamado “boom” de la novela hispanoamericana y conoce y trata a varios de sus representantes, tal como lo testimonia en los textos no ficcionales de El zorro de arriba y el zorro de abajo.
Resulta muy difícil separar su trabajo literario del etnográfico, sus novelas resultan un panorama vívido de la cultura andina. En su novela póstuma El zorro de arriba y el zorro de abajo, aparece el mundo de un pueblo costero en el que se integran personajes de distintos orígenes y aparece una sociedad peruana tan diversa como rica, violenta e injusta. Se trata de una novela con un argumento sin peripecia ni desenlace. Podría decirse que se trata de un texto etnográfico disfrazado de ficción. Además, contiene intercalados textos no ficticios (fragmentos de diario y cartas) en los que el autor expone su intimidad en los últimos años de su vida cuando ya tiene decidido suicidarse. De alguna manera, el desenlace de la novela es su propia muerte en un extraño cruce entre ficción y realidad.
En sus relatos anteriores aparece el mundo andino con todos sus conflictos y matices con una búsqueda particular en el manejo del lenguaje. El autor intercala textos (generalmente canciones) en quechua y altera el castellano de los personajes (cuando usa el estilo directo) para acercarse a la expresividad del quechua. El novelista y el etnógrafo pugnan en la escritura. El propio autor describe esta lucha estilística en el prólogo antes citado:
¿En qué idioma se debía hacer hablar a los indios en la novela? Para el bilingüe, para quien aprendió a hablar en quechua, resulta imposible, de pronto, hacerlos hablar en castellano; en cambio, quien no los conoce a través de la niñez, de la experiencia profunda, puede quizá concebirlos expresándose en castellano. Yo resolví el problema creándoles un lenguaje castellano especial (...) ¡Pero los indios no hablan en ese castellano, ni con los de lengua española ni mucho menos entre ellos! Es una ficción. Los indios hablan en quechua. (Arguedas, 1977: 18-19)
En un conversatorio sobre José María Arguedas realizado en 2015, Guillermo Nugent afirma que Arguedas es un antropólogo del siglo XXI. Pienso que se refiere a su postura vanguardista en cuanto a la desencialización del indio. Donde otros ven indios, Arguedas ve gente y ese mundo lleno de cruzamientos y mestizajes (transculturalidad lo llaman) es el mundo de sus novelas. Se marcaba, de alguna manera, un camino para una antropología que dejaba de ocuparse de los otros, los raros, para ocuparse de los próximos, en un mundo donde las fronteras entre la sierra y la costa son abiertas.
En su novela Los ríos profundos y en varios de sus relatos anteriores aparece su propia vida integrada a la ficción. El personaje Ernesto de Los ríos profundos es, indudablemente, su alter ego ¿se trata de un narrador ficticio o de un etnógrafo intuitivo en plena participación observante?
Su novela Todas las sangres de 1964 generó una polémica con escritores y pensadores sociales que tuvo su escenificación en una Mesa Redonda en el Instituto de Estudios Peruanos en 1965. Marisol de la Cadena resume sus características:
Epistemológicamente, la discusión expresó la tensión entre una generalizada tradición analítica que “tiende a evacuar lo local al asimilarlo a algún universal abstracto y una tradición hermenéutica de pensamiento que se encuentra íntimamente atada a lugares y a particulares formas de vida” (cita de D. Chakrabarty). Políticamente, las discusiones de la Mesa Redonda fueron preludio a las intensas disputas que opusieron a líderes políticos “campesinistas” (o “clasistas”) y a sus contrapartes “indianistas”, las cuales tuvieron lugar a lo largo de América Latina en las últimas décadas del siglo XX. (de la Cadena, 2007:132)
Un autor que despierta estas polémicas resulta indispensable para comprender las intrincadas relaciones en el interior de las sociedades latinoamericanas, particularmente las andinas, desde una perspectiva que no ignore el propio punto de vista de los descendientes de los habitantes originarios. Arguedas es un puente sobre los ríos profundos, un lazo entre el zorro de arriba y el zorro de abajo, libre de maniqueísmos y prejuicios y lleno de contradicción y conflicto, como la propia vida.
Arguedas, J. M. (1973) El zorro de arriba y el zorro de abajo. Editorial Losada, Buenos Aires.
Arguedas, J. M. (1977) Diamantes y pedernales, Arca/Calicanto, Buenos Aires.
de la Cadena, M. (2007) La producción de otros conocimientos y sus tensiones: ¿de la antropología andinista a la interculturalidad? en Degrogri, C. y Sandoval, P. Saberes periféricos: Ensayos sobre la Antropología en América Latina, Instituto de Estudios Peruanos, Lima.
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