Minas de Corrales: los lingotes que se fueron y los fierros que quedaron
Dos hombres jóvenes caminan por la Avenida Davinson y saludan a Javier que está en la puerta de la Posada del Minero, esperando para guiarnos por la Ruta del Oro. Le dicen que el día anterior habían sacado “algo” en las canteras a donde les dejaron entrar. El encuentro parecía coordinado. Javier nos había dado una pequeña charla sobre la minería de oro en esa zona del departamento de Rivera. Él mismo ejerce ocasionalmente como garimpeiro y estos muchachos, llegados hace pocos días al pueblo, están intentando algún sustento con este antiguo, informal y, en ciertas épocas peligroso oficio. Javier los había instruido en los rudimentos del oficio y facilitado alguna vieja batea para que hicieran sus primeras armas.
Cinco horas de trabajo paciente pueden rendir unos mil pesos, si se combinan la pericia, el conocimiento y algo de suerte. Media hora más tarde estamos nosotros mismos, bajo las instrucciones de este entusiasta baqueano lugareño, rasqueteando con una palita metálica la arena junto a una cañada. El material se vuelca sobre una batea verde, se agrega agua, el garimpeiro sacude la batea con movimientos circulares. La arena y el agua giran y van cayendo hasta que queda una pequeña cantidad más pesada en el fondo y ocurre el milagro: allí están las “chispas de sol”, como las llamó, tres o cuatro minúsculas partículas de oro puro. En mi condición de montevideano, no tenía ni idea de que esta actividad se ejercía en Uruguay. El viejo disco “Hombres de nuestra tierra” de Viglietti y Capagorry no menciona ni a los garimpeiros ni a los obreros de la mina. Ignoraba también la dimensión de la actividad minera durante varias décadas con interrupciones y hasta hace pocos años por parte de compañías francesas, inglesas, canadienses y de la UTE por unos pocos años, mientras gerenciaba la represa de Cuñapirú. Esta fue la primera represa hidroeléctrica de América Latina. A pocos quilómetros de Minas de Corrales, producía la energía mecánica y eléctrica necesaria para la explotación industrial de oro. Una vía ferroviaria unía una de las minas con la represa y un aerocarril desde la otra traía el material en bruto para su molienda. Unos pocos gramos de oro por tonelada de piedra bruta, pero parece que el negocio valía la pena. ¿La pena de quién? Los lingotes son ajenos, las penas, de nosotros, podrían cantar los obreros que sacrificaban literalmente sus vidas en un trabajo extenuante y muy insalubre. Una de las primeras huelgas obreras de nuestro país ocurrió allí mismo en 1880, cuando la compañía francesa quiso imponer que se trabajara también los domingos, ya era demasiado para gente que llegaba desde otros países, sin familia, endeudados con la compañía por su transporte y su sustento y que cobraban en bonos que solo se podían gastar en los propios expendios de la patronal. Algunas decenas de obreros murieron bajo el fuego de los soldados que mandó el coronel Escayola y otros tantos “desaparecieron”. Cuántos de estos lograron esfumarse para cambiar de vida y cuántos cayeron bajo las balas no se sabrá nunca. La esclavitud ya estaba formalmente abolida en nuestro país, sin embargo el sistema de trabajo en las minas se le parecía bastante. Después de la masacre de la huelga, la compañía francesa trajo trabajadores afrodescendientes que sustituyeron a los europeos, demasiado contaminados de rebeldía y de ideas anarquistas y comunistas. Según cuenta Javier, de aquellos afrodescendientes quedaron descendientes (valga la redundancia) que hoy todavía viven en un barrio apartado del pueblo y aún son víctimas de discriminación por parte de sus coterráneos. Según el INE, un 10% de la población de Minas de Corrales se consideraba afrodescendiente en 2011. El ya nombrado Escayola, además de jefe político era dueño del cabaret-burdel, ubicado a mitad de camino entre el pueblo y la represa. El mundo obrero masculino sin familia propia, tenía allí un poco de alivio. Cuentan los lugareños que Berta Gardés era la encargada del lugar y allí se enlaza con la historia del ilustre tacuaremboense cantor de tangos, pero ese es otro asunto…
Antes de que llegaran los técnicos y las empresas europeas en la segunda mitad del siglo XIX la “fiebre del oro” llenó el lugar de garimpeiros y aventureros. Encontrar oro era una promesa de prosperidad, pero un gran riesgo. En una “tierra de nadie” había quienes se aprovechaban de su trabajo, los asaltaban y robaban el oro ya extraído. En la segunda mitad del siglo XIX la actividad se fue domesticando. Se hicieron estudios geológicos, se tramitaron permisos en el gobierno, se excavaron los túneles, se construyó la vía del pequeño tren, el aerocarril y la represa sobre el arroyo Cuñapirú. En poco más de dos años la represa ya producía la energía necesaria.
El mercurio y el cianuro son productos utilizados para la industrialización del oro. El primero es de uso artesanal o para escalas menores de producción. El cianuro, en cambio, es utilizado en la producción a gran escala. El descarte de este producto es uno de los graves problemas que genera la minería del oro. Enormes lagos o piscinas retienen la sopa tóxica y, ¿qué tan infalible resulta el tratamiento? ¿Qué ocurrió con el depósito de cianuro que dejó la última compañía minera canadiense? Los cultivos de arroz que se encuentran aguas abajo ¿están seguros? ¿y los ganados de los campos cercanos? Pequeños cerros artificiales acumulan los restos de mineral descartado tratado con cianuro. En ellos no crece ni un diente de león. Se los puede ver desde la calle principal de Minas de Corrales al entrar al pueblo hacia la derecha.
¿Cuánto oro se extrajo de esta zona en este siglo y medio? Ignoro si hay estudios confiables. Lo que sí es evidente es que esa riqueza no anda por allí. Las bóvedas de los bancos acumulan casi todo el oro del mundo, aunque una pequeña parte cumple funciones algo más útiles en la industria electrónica y médica. Los alrededores de Minas de Corrales alojan las ruinas de esta industria, hoy abandonada. La mansión del Marqués de Malherbe, las torres del aerocarril, la antigua sede de las empresas mineras, la represa de Cuñapirú cuyo último propietario fue UTE, sufren el deterioro y la vandalización, y hoy son atractivos turísticos y testimonio del abandono. La represa dejó de funcionar cuando las inundaciones de 1959 rompieron el dique. En lugar de reconstruirlo se introdujeron generadores térmicos que funcionaban con derivados del petróleo para mantener el abastecimiento eléctrico a la zona. Cuando Salto Grande comenzó a funcionar, las instalaciones detuvieron su producción. Enormes piezas de hierro descansan en los deteriorados galpones. Todo lo que no es robable y que uno se pregunta cómo fue llevado hasta allí, forma parte ahora de un patrimonio en pésimo abandono. Los corralenses intentan, con relativo éxito, convertir el recuerdo del oro pasado y el presente hierro inútil en fuente de trabajo turístico. Javier Carreira nos habló de tres lugareños que investigaron la historia del lugar. Él intenta reconstruirla y la difunde con su trabajo como guía turístico. Hice una búsqueda en repositorios académicos y no aparece ninguna investigación sobre este pedazo de nuestra historia económica. Para un montevideano como yo, existe la agricultura en grande y pequeña escala, la ganadería, la forestación con sus derivados madereros y celulósicos, la pesca en la costa oceánica. Pero la minería parecía ser cosa de chilenos y bolivianos, salvo quizás, por la mención de las piedras semipreciosas del norte o por los intentos fallidos de extracción de hierro. Javier Carreira, hijo adoptivo de Minas de Corrales, es productor rural, garimpeiro, guía turístico y músico. Difunde lo que conoce de la historia de la región y de la minería a través de su trabajo como guía de la “Ruta del Oro”. No estaría mal que la academia aprovechara los conocimientos locales para comprender mejor esta parte de nuestra historia y nuestra sociedad.
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