El pintor de Piriápolis
El pintor de Piriápolis
Piriápolis, Paseo de la Pasiva en verano después de las 19 horas. Mi nieto observa maravillado como el tipo manipula los tubos de pintura en aerosol. La hoja en blanco se va llenando de fondos de color brillante: negro, naranja, azul. Un pedazo de nailon brinda textura al fondo antes uniforme. Una pequeña esponja previamente rociada imprime unas manchas medio ovoidales que se convierten en la copa de un árbol. Un punzón rasca la pintura fresca y el fondo blanco se vuelve tronco del árbol sobre un fondo de color. Círculos de cartón de diferentes tamaños son usados para dibujar lunas o faroles. Pedazos de cartón cortados a mano se arrastran para crear un efecto de cascada que cae sobre un lago. Breves rociadas sobre una cartulina colocada perpendicularmente en seis direcciones concéntricas dibujan una estrella blanca sobre el fondo oscuro. Siluetas de negro compacto se resuelven con cartones previamente calados y sopleteados sobre la imagen. Mi código estético censura mi admiración y trata de cursi los cuadros que veo terminados: un paisaje nocturno con un faro y unos botes amarrados; una escena campestre con un lago y unos cisnes estereotipados; árboles y montañas con la luna de fondo; algo parecido al sistema solar con planetas de diferentes tamaños; cascadas, árboles achaparrados o piniformes, montañas y varios motivos más se repiten en uno y otro cuadro. ¿Quién soy yo para juzgarlo? En diez minutos queda la lámina pronta, el artista la gira, agradece los aplausos, explica la técnica: que la pintura seca en dos minutos, que se puede enrollar y que cuesta 600 pesos. A los cinco minutos empieza a pintar el siguiente y así hasta la medianoche. Siempre hay personas mirando y algunas compran un cuadro. ¿Arte barato? ¿Cursi? ¿Sin emoción? Seguramente no entraría en un Salón de Artes Visuales, ni en un Museo de Arte Contemporáneo ni en una Galería de la Ciudad Vieja. Algunos parámetros invisibles trazan una frontera entre lo que es arte y lo que no. Lo puedo entender y aceptar, aunque difícilmente explicar. Una cosa es clara, la pericia técnica no garantiza la potencia artística.
Me traslado mentalmente a algunas visitas a museos o muestras de arte contemporáneo. Me paro frente a obras ya “bendecidas” por la Santa Inquisición del Arte Moderno y mi entendimiento se esfuma. Un enorme panel con tres o cuatro rectángulos de colores diferentes uno al lado del otro, una habitación con paredes tapizadas por cuarenta o cincuenta cuadritos -vidrio, marco fino de madera laqueada de negro- con una página de la guía telefónica de Montevideo- en uno aparece mi nombre ¡estoy en el MOMA!; un montón de telegramas enviados desde infinitos lugares del mundo todos con el mismo texto; diseños geométricos o laberínticos; combinación de manchas de colores; instalaciones con un neumático, unos ladrillos y un par de zapatos; un puente cubierto de trapos (millones de dólares) o una infinidad de opciones más que no logran movilizar mi sensibilidad estética o que necesitarían una explicación muy intelectualizada para arrancarme un “ah, claro, ahora entiendo”. En algunos puede admirarse el dominio de la técnica; en otros, la audacia, en otros, …
Después de ese paseo mental por las maravillas del arte contemporáneo, me reconcilio un poco con los cuadros cursis del piriapolisense, por lo menos no intenta engañar a nadie. Exhibe su virtuosismo e intenta obtener una modesta y razonable ganancia por su trabajo. No te voy a comprar un cuadro, pero respeto tu trabajo.
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