¿Alcanza con pedir perdón?
Mi abuela paterna ocupaba una habitación con un baño en la casona de Pocitos que compartía con las familias de sus dos hijos. Viuda desde hacía más de treinta años, siempre vestida de negro con su rodete canoso, jamás salía de su casa. La radio Rural estaba encendida y ella rezaba el Rosario al compás de ese murmullo en el que se alternaban monótonas voces entre Avesmarías y Padresnuestros. Su catolicismo era estricto e incondicional y jamás hablaba del origen judío de su marido ni de su posterior “conversión” al cristianismo no católico. (Sospecho que esa “conversión” no respondía a razones religiosas sino prácticas, las cosas serían más fáciles para un ingeniero cristiano que para uno judío en la Alemania del siglo XIX). Mi abuela sí hablaba de la infalibilidad del papa y decía que mi hermano, que fue preso político en 1971, lo era “porque envidiaba las casas de los ricos”. Un razonamiento paradójico porque la nuestra no era para nada una casa pobre, aunque no abundaba el dinero, y mis abuelos maternos habían tenido una muy linda casa, que dejaba entrever su pasado aristocrático, ya muy venido a menos en lo económico.
Mi padre heredó ese catolicismo estricto, sin faltar a misa ni un domingo y convencido de que nada malo podía salir de la iglesia católica, fuente y protección de toda virtud. La sexualidad ocupaba un lugar privilegiado en el territorio de lo pecaminoso. Mi padre era sincero, vivía como creía. Mis hermanos mayores fueron a escuela pública y luego pasaron al San Juan Bautista, supongo que beneficiarios de generosas becas para una familia católica de siete hijos cuya madre había muerto tempranamente. Eran los años 60 y uno de ellos fue abusado sexualmente por el Hermano Vianey de ese colegio (sé también de otros casos en el mismo colegio y en la misma época). Mi padre nunca se enteró y no sé si lo podría haber creído, por esa misma convicción de que la santidad y la sexualidad (salvo en el matrimonio y para la procreación) eran opuestas. Hace unos cuantos años (muchos después de que ocurrieran los hechos), mi hermano publicó en Brecha un extenso relato de lo vivido y sus consecuencias (http://blogs.montevideo.com.uy/blognoticia_36545_1.html).
Ni la Iglesia Católica ni la congregación religiosa responsable del colegio dijeron una sola palabra. Prefirieron que el asunto pasara desapercibido. Así ha ocurrido con la mayoría de los casos y los responsables eran, en general, trasladados diplomáticamente de un lugar a otro para calmar los posibles escándalos. Varios años después que mis hermanos, recalé también en 3º de liceo en el San Juan Bautista y el clima eclesiástico había cambiado mucho: los curas no usaban sotana y el ambiente era cordial y abierto, el Concilio Vaticano II y Medellín habían hecho lo suyo. En esos mismos años, me integré al movimiento de pastoral juvenil en la parroquia de San Juan Bautista, movimiento invadido por la corriente de la Teología de la Liberación, un acercamiento de la iglesia a la izquierda y a la ola revolucionaria en América Latina. Criticábamos a la iglesia “desde adentro”, sus riquezas y su poder, sus corrientes más reaccionarias, sus espacios conciliadores con la religiosidad más supersticiosa y primitiva (así lo veíamos nosotros) de santos y devociones a los que se pide favores. Condenábamos al Opus Dei y combatíamos y nos burlábamos de la fascista “Tradición, Familia y Propiedad” (un amigo compuso un divertido tango que todavía recuerdo de memoria). Sabíamos de las contradicciones y las manejábamos en nuestras cabezas juveniles como podíamos. Eso sí, nunca podíamos imaginar que en esa misma época, más de cien instituciones en Canadá, manejadas por la iglesia católica, eran la punta de lanza de un proyecto salvaje “civilizador” de genocidio cultural, aderezado además por abusos sexuales, malostratos, mala alimentación y hacinamiento que, además de miles de niños muertos, dejó heridas profundas en los sobrevivientes y daños culturales incurables en los grupos sociales a los que pertenecían.
El gobierno canadiense pidió disculpas hace unos años y ahora lo hace el papa Francisco como ya lo hizo en otros casos para intentar salvar a la iglesia del bochorno. Hace muchos años que estoy alejado del catolicismo y no tengo ningún conflicto personal al respecto. Algo es indudable, la iglesia católica ha logrado sobrevivir 2000 años gracias a su capacidad de adaptación a las circunstancias históricas, ¿serán estos pedidos de perdón parte de esa misma estrategia de supervivencia? No niego que para las víctimas estos gestos puedan llevar un poco de consuelo, pero ¿son suficientes? Hay daños que no se pueden reparar, pero castigar a los culpables y compensar a los perjudicados es lo mínimo que se exige a la justicia siempre que ocurre un crimen común. ¿No debería ser lo mismo en este caso?
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